Llegó un año más el Mes de Mayo, ese mes lleno del color de las flores en nuestros patios, en nuestros jardines, por los caminos que surcan nuestros campos... por algo el mes más colorido y bello del año, es el escogido para honrar, venerar y amar a la Madre de Dios, y para alabar al Padre, que tantas maravillas hizo en su humilde esclava, y a la que llamarán bienaventurada por todas las generaciones.
Sí, Ella es bienaventurada, porque acogió al Señor en su vida, fue su primer discípula, aprendió a amar como Dios, del mismo Dios, y nos muestra el sendero que lleva hasta su corazón, invitándonos a seguir las huellas de su propia fe.
En nuestro Templo Parroquial, su imagen ya ocupa un lugar destacado en este Mes de las Flores a María, ayudándonos a fijarnos en todo lo que Ella representa, y sobre todo, a imitar una vida, que encandiló al mismo Dios.
Todas las tardes, antes de la Eucaristía de las 8, nos unimos en la oración del Santo Rosario, y en las meditaciones del Mes de María.
¡Dichosa Tú que has creído...porque se cumplirá todo lo que ha dicho el Señor!
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