
A TÍ QUE TANTO NOS HAS DADO
Tu primera sonrisa,
nos mostró el rostro de la felicidad,
tus ojos eran la imagen,
de la misma eternidad,
pues encerraban tus pupilas,
todo lo más bello del cielo,
contagiándonos sin remedio,
ilusión en todos nuestros deseos,
viendo en ti un reflejo,
de lo mucho que nos quiere Dios.
Tu corazón palpitaba
más fuerte de lo que se esperaba,
pero es que tu fuerza era mayor,
de lo que los demás pronosticaban,
nadie como tus padres,
para saber de qué madera
estabas criada,
de esa que en la fe,
pone toda su confianza,
y es capaz de sonreir
incluso en medio de la mar más brava.

tus manitas ilusionaban,
a una madre que no se separó
ni un instante de tu cama.
Y todos en la Iglesia,
por tí rezaban,
pidiéndole al Señor,
que Él fuera quién te cuidara,
y a Nuestra Madre del Carmen,
oraciones, velas y flores
se le entregaban,
rogándole a la Señora,
que no te abandonara,
y que tomándote entre sus brazos,
por tí, cada instante velara.
Por eso, cuando volviste,
de aquel hospital a tu casa,
emocionados decíamos,
¡bendito nuestro Dios,
a Él toda nuestra alabanza!,
que ha querido llenar de vida
y de auténtica esperanza,
todas nuestras oraciones,
por nuestra niña del alma.

tanto el Señor como la Virgen
hicieron brotar tus alas en tu espalda,
para que cuando tú estuvieras preparada,
comenzaras el vuelo,
a ese hogar, que en el cielo,
a ti te esperaba.
Habías venido a nuestro lado,
para mostrarnos el camino,
de todo lo que anhela nuestra alma,
para llenar de felicidad y gozo,
a quién a tí se arrimaba.
Era tan grande
todo lo que en tí habitaba,
que solo con mirarte,
la alegría brotaba.
Ahora que nos contemplas,

entre los brazos de nuestra Reina y Abogada,
sigue llenando de luz,
a tu madre, a tu padre,
a tu hermano y a tu hermana,
a tus abuelos, a tus titos,
a tus primas,
y a quién ahora
con la mirada emocionada,
mira hacia el cielo,
recordándote, pequeña Ana,
y ayúdanos a caminar,
por la senda que nos marcabas,
la que nos lleva a Cristo,
nuestra meta
y nuestra verdadera morada.
Vuela siempre alto Ana,
por encima de nuestro pueblo,
y ayúdanos a vivir,
mirando hacia el cielo,
para caminar cada día,
con confianza,
con los pies firmes en el suelo,
y poniendo en Dios toda nuestra confianza.