La vidente Santa Catalina Labouré
Catalina nació el 2 de mayo de 1806 en el pueblito de Fain-lès.Moutier,
en la Cote-d'Or (Francia) y era la novena hija de una familia que contaría con
once. Sus padres, Pedro Labouré y Luisa Magdalena Gontard, propietarios de la
granja que ellos mismos trabajaban, eran profundamente cristianos. Formaron a su
numerosa familia en el temor y amor de Dios. La devoción a María era muy
estimada.
Por desgracia, la señora de Labouré murió en 1815. Catalina
no tenía más que nueve años. Huérfana de su madre terrenal, la niña se buscó
otra madre en la SS. Virgen. En efecto, poco tiempo después, una criada de la
granja, la sorprendió subida sobre la mesa con la estatua de María que había
tomado de la chimenea y la estrechaba sobre sus bracitos.
A los doce años, como consecuencia de la entrada de su hermana
mayor en la Compañía de las Hijas de la Caridad, su padre le confió el
cuidado de la casa, en cuya tarea fue ayudada por la anciana sirvienta y por su
hermana menor Antonieta, llamada familiarmente Tonina. Los testigos en el
proceso de beatificación han asegurado que se desempeñó muy bien en su
cometido. Tonina reveló que a partir de los catorce años, pese a los trabajos
agotadores, Catalina empezó a ayudar el viernes y el sábado y a concurrir a
misa entre semana, en el Hospicio de Moutiers Saint-Jean, distante tres kilómetros.
Prácticamente no fue a la escuela y sólo más tarde aprenderá a leer y a
escribir aún bastante imperfectamente.
Desde su primera comunión había oído el llamado de Dios y soñaba
con la vida religiosa. Rechazó varias veces propuestas de matrimonio. Dudaba
sin embargo, en la elección de una comunidad. Un sueño la ayudó a orientarse.
Un venerable sacerdote se le había aparecido y le había dicho
estas palabras:
-
Un día serás feliz en venir hacia mí. Dios tiene sus
designios sobre ti.
Ese, exclamó,
es el sacerdote que yo ví en sueño. ¿Cuál es su nombre?
Se le hizo
saber que era San Vicente de Paúl. Desde ese momento no dudó más.
El 21 de abril de 1830 Catalina era recibida en el noviciado de
la calle du Bac. Algunos día después tuvo la dicha de asistir a la traslación
solemne de las reliquias de San Vicente de Paúl, desde Nôtre-Dame hasta la
Capilla de los sacerdotes lazaritas, en la calle de Sèvres.
Su noviciado transcurrió ciertamente en el fervor, como lo
atestiguan las gracias extraordinarias con que fue favorecida y su alma mariana
debió apreciar profundamente la devoción muy particular que las Hijas de San
Vicente tenían a la Inmaculada Concepción. Sin embargo nada en ella llamó la
atención de los que la rodeaban. He aquí el juicio más bien insignificante
que sus superiorers emitieron sobre ella cuando terminó el noviciado:
Catalina Labouré: fuerte, de mediana estatura, sabe leer y escribir para
sí misma. Su caracter pareció bueno. Su inteligencia y juicio no son
sobresalientes. Es piadosa. Trabaja en adquirir la virtud.
Catalina fue colocada entonces en París mismo en el hospicio
del barrio Saint Antoine en la seccional XII y allí pasó toda su vida,
entregada a los humildes trabajos de servir a los ancianos, atender la cocina,
la ropería, el gallinero y la portería.
Catalina guardará secreto absoluto acerca de las apariciones de
la Virgen María. Solamente su confesor, el Padre Aladel, fue el confidente. María
lo quiso así y solamente cuando el confesor murió, pocos meses antes que ella,
creyó Catalina que debía hablar a su superiora, porque la estatua que la
Virgen había pedido aún no había sido hecha.
Catalina Labouré expiró el 31 de diciembre de 1876. Su cuerpo
fue encontrado intacto con ocasión de su beatificación en 1933, y reposa en la
Capilla de las Apariciones bajo el altar mismo en el que María se le apareció.
Fué canonizada el 27 de julio de 1947.
Tal fue, dice el P. Gasnier O.P., aquella que la Santísima
Virgen se eligió como mensajera cuando se dignó revelar al mundo su
"Medalla Milagrosa" ¡Estaríamos tentados de sorprendernos de esta
elección! Nuestro espíritu superficial, tan poco apto para juzgar las cosas
sobrenaturales, esperaría encontrar en semejante vidente un caracter más
definido, sucesos extraordinarios, éxtasis repetidos, una santidad deslumbrante
y no hay nada de esto. Estamos en la presencia de un alma recta, sencilla, sin
nerviosismo ni exaltación, dueña de sí misma, perfectamente equilibrada.
Dios hace bien lo que hace: el caracter de la vidente basta, en
efecto, para autenticar su testimonio. Catalina dirá un día de sí misma a su
Superiora que le felicitaba por haber sido favorecida con gracias
extraordinarias:
¿Yo favorecida? Solo he sido un instrumento. No fue
debido a mis méritos el que la SS. Virgen se me hubiere aparecido. Yo no sabía
nada ni siquiera escribir; en la Comunidad aprendí cuanto sé y por este motivo
la SS. Virgen me eligió, a fin de que no se pueda dudar.
No se podría hablar mejor. Dios tiene sus razones al elegir los
instrumentos más humildes para sus obras más hermosas y las apariciones de la
calle du Bac no son una excepción a esta regla.
Las Apariciones
Primera Aparición
La primera aparición tuvo lugar en la noche del 18 al 19 de
julio de 1830, víspera de la fiesta de San Vicente de Paul y debía preparar a
la vidente a su misión posterior.
He aquí como la describe ella misma en la relación que hace a
su confesor:
Llegó la víspera de la fiesta de San Vicente. Nuestra
buena Madre Marta, nos dio una charla sobre la devoción a los santos, en
particular sobre la devoción a la SS. Virgen, charla que me inspiró un deseo
tan grande de ver a la SS. Virgen que me fui a acostar con el pensamiento de
que esa noche vería a mi buena Madre. ¡Hacía tanto tiempo que deseaba verla!
Al fin me quedé dormida. Como se nos había distribuido un pedazo de género
de la sobrepelliz de S. Vicente corté la mitad del mismo, me la tragué y me
dormí con la idea de que San Vicente me obtendría la gracia de ver a la SS.
Virgen.
En fin a las once y media de la noche, oí que alguien me
llamaba por mi propio nombre:
Capilla Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa
calle Rue du Bac Nº 140. París. Francia |
- Hermana, Hermana.
Despertándome, miré hacia el
costado de donde escuchaba la voz, que era del lado del pasillo. Corro la
cortina y veo un niño vestido de blanco, de 4 o 5 años de edad, que me dice:
- Ven a la Capilla, allí te espera la SS. Virgen.
Inmediatamente me asaltó la
idea:
- Me van a oír.
El niño me respondió:
- Quédate tranquila, son las once y
media, todo el mundo duerme profundamente. Ven, te espero.
Me vestí rápidamente y me dirigí adonde estaba el niño que
había permanecido de pie, sin adelantarse más allá de la cabecera de mi cama.
El me siguió o más bien, yo le seguí, siempre a mi izquierda, por donde
pasaba. Las luces estaban prendidas en todas partes, lo que me sorprendió
mucho; pero mayor fue mi asombro cuando al entrar a la Capilla, la puerta se
abrió, apenas el niño la hubo tocado con la punta del dedo. Mi sorpresa creció
todavía más, cuando vi todos los cirios y antorchas encendidos, lo que me
recordó la misa de Nochebuena. Sin embargo no veía a la SS. Virgen.
El niño me condujo al presbiterio, al lado del sillón del P.
Director, me puse de rodillas y el niño quedó de pie todo el tiempo. Como me
parecía larga la espera, yo miraba si las centinelas (las Hermanas designadas
para vigilar durante la noche) no andaban por las tribunas. Al fin llegó la
hora. El niño me alerta y me dice:
- ¡He aquí a la SS. Virgen, hela aquí!.
Escucho un ruido, como el roce de un vestido de seda que venía del lado de la
tribuna, del lado del cuadro de San José. Ella vino a detenerse sobre las
gradas del altar del lado del Evangelio, en un sillón parecido al de Santa Ana;
sólo que no tenía el mismo aspecto que el de Santa Ana.
Yo dudaba si sería la SS. Virgen. Sin embargo, el niño que
estaba allí me dijo: ¡He aquí a la SS. Virgen! Me sería imposible expresar
lo que experimenté en ese momento, lo que sucedía dentro de mí; me parecía
que no veía a la SS. Virgen. Entonces el niño me habló no como un niño sino
como un hombre, ¡con voz muy enérgica! Mirando entonces a la SS. Virgen, no
hice más que dar un salto hasta Ella, me puse de rodillas en las gradas del
altar, las manos apoyadas sobre las rodillas de la SS. Virgen.
Allí, transcurrió un momento, el más dulce de mi vida; me sería
imposible decir todo lo que experimenté. Ella me dijo:
- ¡Hija mía! Dios quiere
confiarte una misión. Tendrás que sufrir, pero sobrellevarás esto pensando en
que lo haces por la gloria de Dios; serás atormentada hasta que lo hayas
comunicado al que está encargada de dirigirte. Se te contradirá, pero tendrás
la gracia, no temas. Háblale con confianza y sencillez; ten confianza y no
tengas miedo. Verás algunas cosas, da cuenta de ellas. Te sentirás inspirada
durante tu oración.
La SS. Virgen me enseñó como debía comportarme con mi
Director y agregó muchas cosas más que no debo decir.
Respecto al modo de proceder en mis penas, me señaló con su
mano izquierda, el pie del altar y me recomendó acudir allí y desahogar mi
corazón, asegurándome que en ese lugar recibiría todos los consuelos de que
tuviera necesidad.
- Los tiempos son muy malos. Calamidades van a caer sobre Francia,
el trono será derribado; el mundo entero se verá trastornado por desgracias de
toda clase (la SS. Virgen tenía aspecto muy apenado al decir esto). Pero venid
al pie de esta altar: ahí las gracias serán derramadas sobre todas las
personas que las pidan con confianza y fervor, serán derramadas sobre grandes y
chicos. ¡Hija mía! me complazco en derramar mis gracias, sobre la Comunidad en
particular, a la que amo mucho...
Respecto a otras Comunidades, habrá víctimas (la SS. Virgen
tenía lágrimas en los ojos al decir esto). El Clero de París tendrá sus víctimas,
el Arzobispo morirá (a esta palabra de nuevo las lágrimas) ¡Hija mía! La
cruz será despreciada, correrá la sangre en la calle (aquí la SS. Virgen no
podía hablar más, el dolor se pinta en su rostro). ¡Hija mía!, me dijo, todo
el mundo estará triste.
(todos estos detalles se cumplirán al pie de la letra
en 1870-1871).
Yo pensaba cuando sucedería esto. Entendí muy bien: cuarenta años.
No sé cuanto tiempo quedé a los pies de la SS. Virgen; lo único
que sé es que cuando hubo partido, sólo percibí algo que se desvanecía, como
una sombra que se dirigía hacia el costado de la tribuna, por el mismo camino
por donde había llegado.
Me levanté de las gradas del altar y vi al niño en el mismo
lugar donde lo había dejado; me dijo:
- ¡Se ha ido!
Volvimos por el mismo
camino, siempre iluminado y ese niño estaba siempre a mi izquierda. Creo que
ese niño era mi ángel de la guarda que se había vuelto visible para hacerme
ver a la SS. Virgen, porque yo le había rogado mucho que me obtuviese este
favor.
Estaba vestido de blanco, llevando una luz milagrosa delante de
él, es decir estaba resplandeciente de luz, poco más o menos de cuatro a cinco
años de edad. Escuché sonar la hora; no me dormí más.
Segunda Aparición
Esta es la gran aparición en la que María comunica a la
Vidente el mensaje que debía transmitir. Nada mejor que dejar también aquí,
la palabra a la misma Sor Catalina. La aparición tuvo lugar el 27 de noviembre
de 1830, mientras las novicias se encontraban reunidas en la Capilla para la
meditación de la tarde, víspera del primer domingo de Adviento. La escena se
desarrolla en tres cuadros sucesivos y progresivos que introducen a la Vidente
cada vez más profundamente en la inteligencia del mensaje y de todo el misterio
mariano.
Era el 27 de noviembre de 1830, que caía el sábado
anterior el primer domingo de Adviento. Yo tenía la convicción de que vería
de nuevo a la SS. Virgen y que la vería "más hermosa que nunca"; yo
vivía con esta esperanza. A las cinco y media de la tarde, algunos minutos
después del primer punto de la meditación, durante el gran silencio, me pareció
escuchar ruido del lado de la tribuna, cerca del cuadro de San José, como el
roce de un vestido de seda.
Primer cuadro: La Virgen con el globo.
Habiendo mirado hacia ese costado, vi a la SS. Virgen a la
altura del cuadro de San José. La SS. Virgen estaba de pie, era de estatura
mediana; tenía un vestido cerrado de seda aurora, hecho según se dice "a
la virgen", mangas lisas; un velo blanco le cubría la cabeza y le caía
por ambos lados hasta sus pies; debajo del velo vi sus cabellos lisos, divididos
por la mitad, ligeramente apoyado sobre sus cabellos tenía un encaje de tres
centímetros, sin fruncido, su cara estaba bastante descubierta. Sus pies se
apoyaban sobre la mitad de un globo blanco o al menos no me pareció sino la
mitad, tenía también bajo sus pies una serpiente de color verdoso con manchas
amarillentas. Con sus manos sostenía un globo de oro, con una pequeña cruz
encima, que representaba al mundo; sus manos estaban a la altura del pecho, de
manera elegante; sus ojos miraban hacia el Cielo. Su aspecto era
extraordinariamente hermoso, no lo podría describir.
De pronto vi anillos en sus dedos, tres en cada dedo; el más
grande cerca de la mano, uno de mediano tamaño en el medio y uno más pequeño
en la extremidad y cada uno estaba recubierto de piedras preciosas de tamaño
proporcionado. Rayos de luz, unos más hermosos que otros salían de las piedras
preciosas; las piedras más grandes emitían rayos más amplios, las pequeñas,
más pequeños; los rayos iban siempre prologándose de tal forma que toda la
parte baja estaba cubierta por ellos y yo no veía más sus pies.
Esta fase fue silenciosa; preparaba la siguiente. El globo
desapareció, la Virgen va a cambiar de actitud, a bajar la mirada y teniendo
los dedos siempre guarnecidos de anillos con piedras preciosas destellantes, va
a hablar a Sor Catalina.
Segundo cuadro: El anverso de la Medalla.
- Este
globo representa al mundo entero, especialmente a Francia... y a cada persona en
particular.
Aquí yo no sé expresar lo que experimenté lo que
vi.
- La
hermosura y el brillo de los rayos tan bellos... son el símbolo de las
gracias
que yo derramo sobre los que me las piden, haciéndome comprender cuán
generosa
se mostraba hacia las personas que se las pedían, cuánta alegría
experimenta concediéndoselas... Estos diamantes de los que no salen
rayos, son las gracias
que dejan de pedirme.
En este momento o yo estaba o no estaba, no sé... yo gozaba. Se
formó un cuadro alrededor de la SS. Virgen, algo ovalado, en el que se leían
estas palabras escritas en semicírculo, comenzando a la altura de la mano
derecha, pasando por encima de la cabeza de la SS. Virgen y terminando a la
altura de la mano izquierda: ¡Oh María sin pecado concebida, rogad por
nosotros que recurrimos a Vos!, escritas en caracteres de oro. Entonces oí
una voz que me dijo:
- Haz acuñar una medalla según este modelo, las personas
que la llevaren en el cuello recibirán grandes gracias; las gracias serán
abundantes para las personas que la llevaren con confianza.
Tercer cuadro: El reverso de la Medalla.
Inquieta por saber que sería necesario poner en el reverso de
la Medalla, después de mucha oración, un día, en la meditación, me pareció
escuchar una voz que me decía:
- La letra M y los dos corazones dicen lo
suficiente.
Las notas de la Vidente no mencionan las doce estrellas que
rodeaban el monograma de María y los dos corazones. Sin embargo han figurado
siempre en el reverso de la medalla. Es moralmente seguro que este detalle ha
sido dado de viva voz por la Santa en el momento de las apariciones o un poco más
tarde.
Tercera Aparición
El P. Aladel, confesor de Sor Catalina, recibió con
indiferencia, hasta se puede decir con severidad, las comunicaciones de su
penitente. Le prohibió aún darles fe. Pero la obediencia de la Santa,
atestiguada por su mismo Director, no tenía el poder de borrar de su mente el
recuerdo de lo que ella había visto. El pensamiento de María y lo que Ella pedía
no la dejaban, ni tampoco una íntima convicción de que la volvería a ver.
En efecto, en el curso del mes de diciembre de 1830, Catalina
fue favorecida con una nueva aparición, exactamente parecida a la del 27 de
noviembre, y en el mismo momento, durante la oración de la tarde. Hubo sin
embargo una diferencia notable. La SS. Virgen se apareció no a la altura del
cuadro de San José, como la vez anterior, sino cerca y detrás del Tabernáculo.
Sor Catalina debía tener la certeza de que no se había
equivocado en el momento de la visión del 27 de noviembre. Recibió nuevamente
la orden de hacer acuñar una medalla según el modelo que veía. Termina el
relato de esta aparición con estas palabras:
Decirle lo que sentí en el
momento en que la SS. Virgen ofrecía el globo a Nuestro Señor, es imposible
expresarlo, como también lo que experimenté mientras la contemplaba. Una voz
se hizo escuchar en el fondo de mi corazón y me dijo: Estos rayos son el símbolo
de las gracias que la SS. Virgen consigue para quienes se las piden.
María insistió de una manera muy especial sobre el simbolismo
del globo que Ella tenía en sus manos:
- Hija mía, este globo representa el
mundo entero, particularmente a Francia y a cada persona en particular. Fíjese
bien (dirigiéndose a su Confesor): el mundo entero, particularmente Francia y a
cada persona en particular.
Por eso, Sor Catalina acaba su relato con esta exclamación:
¡Oh
que hermoso será escuchar decir: María es la Reina del Universo y
particularmente de Francia! Los niños gritarán: María es la Reina de cada
persona en particular.
Triduo en honor de la Virgen de la Medalla Milagrosa.
Por la señal de la Santa Cruz, etc.
ACTO DE CONTRICION.
Oración para todos los días:
¡Oh María sin pecado original concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos!
¡Dulcísima Reina de los cielos y de la tierra!; que por amor a los hombres te dignastes a manifestarte, a vuestra sierva Sor Catalina, con las manos llenas de rayos de luz; a fìn de hacer saber al mundo que deseas derramar abundantes gracias sobre todos los que con confianza te piden; Concèdeme Madre mía, que a imitación de Sor Catalina derrames en mi alma la luz necesaria para conocer mi nada y mi miseria; y lo mucho que debo a mi Padre Dios, por tantísimos beneficios, como me ha dispensado; y que cumpliendo su voluntad en esta vida; pueda gozarle en Tu compañía eternamente en el cielo. Amén.
Tres Ave Marías, y 3 veces la jaculatoria “Oh María sin pecado original concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos”.
Primer Día:
¡Amorosísima Madre mía!, que placer tiene mi alma, cuando considero que tantos deseos tienes en concederme vuestros favores; que no esperas otra cosa, sino que acuda a Tì, para remediar nuestros males y llenarnos de vuestras gracias y dones.
Oh María, mi Madre amada, reina de la Corte Celestial, te ruego que todos acudamos siempre a Tì, como nuestra única esperanza.
Oración Final:
Acuérdate, ¡Oh piadosísima Siempre Virgen María!, que no se ha oído decir jamás; que ninguno de los que han recurrido a vuestra protección, e implorado vuestro socorro, haya sido abandonado de Tì. Animado con esta confianza, ¡Oh Virgen de las Vírgenes!, a Tì vengo; gimiendo bajo el peso de mis pecados, me postro a Tus pies.
¡Oh Madre del Divino Verbo!, no desprecies mis súplicas; antes bien, escúchalas favorablemente, y dignate acogerlas. Amén.
Tres veces la jaculatoria: “Oh María sin pecado original concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos”.
Segundo Día:
¡Santísima Madre de Dios!, ¡Señora nuestra y mi tierna Madre!; que consuelo tan grande siente mi corazón, cuando contempla Tu imagen, como te viò Sor Catalina, con un globo en vuestras Divinas Manos, que representaba toda la tierra, y lo estrechabas sobre vuestro pecho; simbolizando así el amor que tienes a los hombres. Concèdeme, ¡oh Divina Madre Eterna! ¡Oh Madre mía!, el que sepamos corresponder a tanto amor, procurando imitar vuestras virtudes. Así sea.
Continúe con la oración final.
Tercer Día:
¡Virgen Inmaculada!. ¡Celestial Madre mía! Con que placer llego ante Tu Santísimo Altar; para contemplar Tus virtudes y exponer mis penas. Que aliento santo cobra mi espíritu, al acercarme ante Tu Sagrada Imagen; donde veo representada la más profunda humildad; una modestia admirable y el resto de todas las perfecciones con que el Señor Dios te adornó.
Haz ¡Madre Santísima!, ¡Divina y Celestial Señora! ¡Reina del Clero, de los apóstoles! ¡Madre del Mecías! ¡Hija predilecta de Dios Padre! Que oigamos siempre Tus maternales avisos, para que arrepentidos de nuestras culpas, e imitando vuestras virtudes; logremos la inmensa dicha de estar contigo en el cielo, por toda la eternidad. Así sea.
Continúe con la oración final.
Por la señal de la Santa Cruz, etc.
ACTO DE CONTRICION.
Oración para todos los días:
¡Oh María sin pecado original concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos!
¡Dulcísima Reina de los cielos y de la tierra!; que por amor a los hombres te dignastes a manifestarte, a vuestra sierva Sor Catalina, con las manos llenas de rayos de luz; a fìn de hacer saber al mundo que deseas derramar abundantes gracias sobre todos los que con confianza te piden; Concèdeme Madre mía, que a imitación de Sor Catalina derrames en mi alma la luz necesaria para conocer mi nada y mi miseria; y lo mucho que debo a mi Padre Dios, por tantísimos beneficios, como me ha dispensado; y que cumpliendo su voluntad en esta vida; pueda gozarle en Tu compañía eternamente en el cielo. Amén.
Tres Ave Marías, y 3 veces la jaculatoria “Oh María sin pecado original concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos”.
Primer Día:
¡Amorosísima Madre mía!, que placer tiene mi alma, cuando considero que tantos deseos tienes en concederme vuestros favores; que no esperas otra cosa, sino que acuda a Tì, para remediar nuestros males y llenarnos de vuestras gracias y dones.
Oh María, mi Madre amada, reina de la Corte Celestial, te ruego que todos acudamos siempre a Tì, como nuestra única esperanza.
Oración Final:
Acuérdate, ¡Oh piadosísima Siempre Virgen María!, que no se ha oído decir jamás; que ninguno de los que han recurrido a vuestra protección, e implorado vuestro socorro, haya sido abandonado de Tì. Animado con esta confianza, ¡Oh Virgen de las Vírgenes!, a Tì vengo; gimiendo bajo el peso de mis pecados, me postro a Tus pies.
¡Oh Madre del Divino Verbo!, no desprecies mis súplicas; antes bien, escúchalas favorablemente, y dignate acogerlas. Amén.
Tres veces la jaculatoria: “Oh María sin pecado original concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos”.
Segundo Día:
¡Santísima Madre de Dios!, ¡Señora nuestra y mi tierna Madre!; que consuelo tan grande siente mi corazón, cuando contempla Tu imagen, como te viò Sor Catalina, con un globo en vuestras Divinas Manos, que representaba toda la tierra, y lo estrechabas sobre vuestro pecho; simbolizando así el amor que tienes a los hombres. Concèdeme, ¡oh Divina Madre Eterna! ¡Oh Madre mía!, el que sepamos corresponder a tanto amor, procurando imitar vuestras virtudes. Así sea.
Continúe con la oración final.
Tercer Día:
¡Virgen Inmaculada!. ¡Celestial Madre mía! Con que placer llego ante Tu Santísimo Altar; para contemplar Tus virtudes y exponer mis penas. Que aliento santo cobra mi espíritu, al acercarme ante Tu Sagrada Imagen; donde veo representada la más profunda humildad; una modestia admirable y el resto de todas las perfecciones con que el Señor Dios te adornó.
Haz ¡Madre Santísima!, ¡Divina y Celestial Señora! ¡Reina del Clero, de los apóstoles! ¡Madre del Mecías! ¡Hija predilecta de Dios Padre! Que oigamos siempre Tus maternales avisos, para que arrepentidos de nuestras culpas, e imitando vuestras virtudes; logremos la inmensa dicha de estar contigo en el cielo, por toda la eternidad. Así sea.
Continúe con la oración final.