Comenzamos el Tiempo de Adviento, cuatro semanas que quieren
comunicarnos esperanza, porque el Señor viene, pero no como algo lejano, que no
sabemos si a nosotros nos tocará vivir, sino como una realidad que sucede todos
los días, que se vive todos los días, pero que hay que remarcar, hay que
revitalizar, para no caer en la rutina y que ni nos demos cuenta.
El tiempo de la Iglesia va, desde lo recibido, en aquélla primera
venida del Señor, en la humildad de un Niño, y lo prometido: la segunda venida
del Señor en gloria, para restaurar su reino sobre toda la tierra.
Pero es que el Señor viene personalmente a cada uno, día a día, en
nuestro corazón, en el corazón de las personas que conocemos.
El Señor viene cada tarde que celebramos la misa, cada domingo, que
como cristianos, venimos a la Iglesia, no a cumplir una norma, sino porque
tenemos la necesidad de que el Señor venga a nuestra vida, nos alimente, nos
consuele, nos llene de fuerza. No se viene a misa, porque pensemos que somos
más buenos que los demás, sino al contrario, porque nos reconocemos muy
débiles, y venimos a la fuente de la vida y de la gracia, de la fuerza en el
camino de la existencia.
Todo este tiempo de Adviento, merece la pena que pensemos en nuestra
vida, en el bien que estamos haciendo, pero también y especialmente, en el mal
que sin darnos cuenta, o conscientemente, procuramos a nosotros mismos y a los
demás, que son nuestros hermanos.
Es un tiempo, para vivir con alegría y esperanza, a pesar del dolor más
grande, a pesar de la dificultad más agobiante. El Señor está a nuestro lado,
el Señor no nos abandona, por eso no debemos desesperar.
Y es un tiempo, en el que mirando a la Virgen, a los Profetas,
respondamos a la llamada que el Señor nos hace, porque Cristo está a las
puertas de nuestro corazón tocando, esperando que se lo abramos de par en par,
aunque no siempre estamos dispuestos a escucharle, porque escucharle, implica
actuar, vivir de forma distinta.
Aprovechemos en estos días que nos separan de la natividad del Señor,
para acercarnos al sacramento del perdón, para recibir su fuerza y su gracia
para nuestra vida. Vamos a celebrar la pascua de la natividad, y no podemos
celebrarla como otra fiesta más, sino como la promesa cierta de una vida que
romperá las cadenas de la muerte, las cadenas que nos atan al pecado.
Permanezcamos en actitud vigilante, es decir, no desaprovechemos el
tiempo, sino que hagamos de él, un medio, para hacer el bien, para encontrarnos
con los demás, para compartir la fe.
Fe, conversión, volver a caminar, encontrarnos con Jesús, es el sendero
diario por el que camina un buen cristiano.
Comencemos desde hoy a caminar así…perdón, reconciliación, comunidad,
Eucaristía, esperanza, son las palabras claves de este tiempo.
Vivamoslas cada uno intensamente.