Cuarto Domingo de Cuaresma, y Cristo desde la Cruz, se trasparenta en su carne, la blanca luz de la resurrección, y en su mirada, la cercanía y el calor de un Dios, que te dice al oído...¡¡¡Yo estoy contigo!!!...
¡Cómo hay que dar la enhorabuena a ese cuerpo de costaleros y costaleras, que a las órdenes de D. Manuel Daza... llevó al Señor, como los mismos ángeles del cielo!...¡y qué increíble entrada en la ermita...de rodillas, en silencio... catorce años habían pasado desde ese última entrada del Señor en su trono y en su casa!
Y así, con pasito lento, bendiciendo a todo el que con Él se encontraba... a los sones de Jesús Despojado... el Señor de la Salud, llegó hasta su casa, esa Ermita de los Gallegos... que como en un relicario, le muestra durante todo el año a su pueblo, para que encuentre en Él, la fuerza y el consuelo, que necesitan en su caminar.
La amistad que nos une con su hermano mayor, nos llevó un año más, a acompañar al Señor, a acompañar a su pueblo, a sentirnos parte de una devoción, de una fe, de una misión... la de anunciar al mundo, que en Él, en Cristo, esta la única y auténtica salvación, en este suelo..
Gracias por permitirnos un año más, ir a vuestro lado, y no dejar de mirar hacia el cielo...desde dónde su impresionante imagen...nos bendice, nos enamora, se clava en nuestro corazón, y es nuestro consuelo.