Cada día del año, el santoral de la Iglesia Católica, quiere animarnos en
nuestra fe, en medio de nuestros gozos o de nuestras tristezas, con la vida, y
el ejemplo, de hombres y mujeres de todos los tiempos, que son como nuevos
cristos, que hacen actual el Evangelio, y que en sus palabras y en sus obras,
manifiestan, que en la vida, cuando Tú confías plenamente en Dios, todo tiene
un nuevo sentido, todo se afronta desde una esperanza siempre nueva.
Y una vez en el año, la
Iglesia celebra a todos estos hermanos y hermanas nuestras, como un don que
Dios nos hace, para que no nos desanimemos, para que no tiremos la toalla, ante
tantas dificultades como la vida nos presenta, y que a veces, parece que pueden
más que nosotros mismos.
Hemos escuchado en la primera
lectura del Apocalipsis, la visión del apóstol Juan, de toda esa gran multitud
de personas de toda condición, de toda raza, que alaban al Señor, por todas las
maravillas que ha realizado en sus vidas.
Madres y padres de familia,
hijos, hermanos, religiosos, sacerdotes, laicos, pobres, ricos que han sabido
hacer de su riqueza un motivo para la vida de sus hermanos, en definitiva, un
número incalculable de personas, que nos dicen a tí y a mí, que el Evangelio de
Jesús, está de total actualidad, que vivir según las bienaventuranzas, aún es
posible, que ser cristiano, es comprometerte con la vida, en todo lo que haces
y hablas, que hoy y siempre, hay personas que viven de otra forma, con un
estilo diferente, para los que la fe, es el motor de su vida.
Hoy también la Iglesia nos
recuerda, que si en el santoral hay innumerables personas a las que se propone
como modelos de fe, tanto o más, son las personas, que día a día, viven,
trabajan, hacen tanto bien por los
demás, de una forma silenciosa, sin llamar la atención de nadie, sólo de
quiénes les han conocido, y que han marchado a la otra vida, entre la emoción
de quiénes han descubierto en cada una de sus alegrías, en cada una de sus
tristezas, la mano providente de Dios, la cercanía del Señor de la vida.
A Dios no lo vemos con los
ojos, pero sí le descubrimos con los ojos de la fe, en la fortaleza, en la
bondad, en la entrega, en la cercanía de tantas personas, que son llamativas,
precisamente por vivir sencillamente y humildemente, cada momento, pensando
siempre más en los demás que en ellos mismos.
Y a eso nos invita Jesús en el
Evangelio. A ser dichosos, a ser felices, pero desde una felicidad distinta a
la que el mundo propone.
Dice un refrán que es rico no el que más
tiene, sino el que menos necesita. Hay personas que con lo que tienen, sea poco
o mucho, viven tan desprendidamente, viven, tan preocupados por los demás, que
su felicidad, es eso, hacer feliz a los demás. Para gran parte del mundo, han
perdido la cabeza, o son tan buenos, que todo el mundo se aprovecha de ellos.
Para Dios, son dichosos, bienaventurados, porque han sabido descubrir la
felicidad más auténtica.
Aprendamos nosotros la misma
lección, y hagámos de cada momento de nuestra vida, una oportunidad para hacer
el bien a los demás, para encontrarnos con Jesús en cada persona que nos rodea.