Llegó el Domingo 17 de Julio, un día marcado en el corazón de quiénes ponen todo su amor en la Señora del Carmen. El día se presentó caluroso, y los preparativos fueron intensos. Al caer la tarde, el silencio se hizo alrededor de nuestro Templo Parroquial, hasta que sobre las 8 de la tarde, el repique de campanas, el estallido de los cohetes anunciaba, que ya llegaba la hora, la hora de reunirnos en torno a la Eucaristía, y de acompañar a Nuestra Madre por las calles de Íllora. Comenzó una inusitada procesión de estandartes, acompañados de quiénes representaban a esas Hermandades, venidos de Montefrío, Huétor Tajar, Tocón, Brácana, Alomartes, Chauchina, y de Granada.
El presbiterio de nuestro Templo, se llenó del amor que expresaban todos estos simpecados, puestos como en un nuevo Rocío, alrededor de la Blanca Paloma.
El coro rociero de Íllora, nos llenó de emoción en la misa. Bernardo, íba grabando todos los momentos que se vivían, y en los primeros bancos en la parte del Evangelio, las distintas Juntas Directivas de las Hermandades asistentes, participaban activamente de la celebración.
Cuando a las 9 y media de la tarde, la Señora asomó por la puerta de la Iglesia, el cielo estalló de júbilo, que poco a poco pasó a ser ilusión y una emoción que no se podía contener. La Virgen siempre acompañada de un sinfín de fieles y devotos, parecía emocionada, viendo todo el amor que se le tributaba.
A la vuelta al Templo, madres con sus hijos, La esperaban para recibir su bendición. Y con un Templo de nuevo abarrotado, dábamos gracias a Dios por todo lo vivido. Fué algo tan impresionante, que será difícil que lo olvidemos.
El presbiterio de nuestro Templo, se llenó del amor que expresaban todos estos simpecados, puestos como en un nuevo Rocío, alrededor de la Blanca Paloma.
El coro rociero de Íllora, nos llenó de emoción en la misa. Bernardo, íba grabando todos los momentos que se vivían, y en los primeros bancos en la parte del Evangelio, las distintas Juntas Directivas de las Hermandades asistentes, participaban activamente de la celebración.
Cuando a las 9 y media de la tarde, la Señora asomó por la puerta de la Iglesia, el cielo estalló de júbilo, que poco a poco pasó a ser ilusión y una emoción que no se podía contener. La Virgen siempre acompañada de un sinfín de fieles y devotos, parecía emocionada, viendo todo el amor que se le tributaba.
A la vuelta al Templo, madres con sus hijos, La esperaban para recibir su bendición. Y con un Templo de nuevo abarrotado, dábamos gracias a Dios por todo lo vivido. Fué algo tan impresionante, que será difícil que lo olvidemos.
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