La fiesta del Corpus es una fiesta preciosa
siempre; preciosa porque es como un resumen,
ya fuera del ciclo anual de las celebraciones del
misterio de Cristo. Justo un resumen de todo
ese misterio: la Encarnación, el ministerio
público, las enseñanzas de Jesús, su Pasión,
su beber el cáliz de nuestra humanidad hasta la
muerte más traidora, (…), hasta la soledad
absoluta del Sepulcro (Él “bajó a los infiernos”,
que decimos en el Credo), su Resurrección
gloriosa, su triunfo sobre la muerte y el pecado,
la introducción de nuestra carne en la vida de
Dios, en el Reino de los Cielos, y la
comunicación del Espíritu Santo. Todo eso que
a lo largo del año vamos mirando, como se mira
una obra de arte o como se escucha una pieza
musical que hay que escucharla desde el
principio al final, o como se contempla una
estatua que hay que contemplarla dando vueltas
a la estatua por fuera, o un edificio, que hay que
contemplarlo dando vueltas por dentro para ver
todas sus perspectivas, todos sus aspectos:
todo eso aparece como reunido, recogido, en
esta fiesta del Corpus.
Y aunque sea una fiesta relativamente tardía,
celebramos los 750 años de la Bula en la que el
Papa instituyó esta fiesta justo en un momento
en el siglo XIII en que se apuntaban los primeros
indicios de una revolución (…), en el mundo de
la teología, una revolución que todavía no ha
terminado, y de la que la Iglesia necesita todavía
recuperarse. Y el Concilio Vaticano II ha sido un
esfuerzo de esa recuperación. Y la vida y el
magisterio de los Papas después del Concilio
(…), en la dirección del Concilio, nos lleva
justamente hacia esa recuperación de nuestras
fuentes.
La fiesta del Corpus se instituye en el siglo XIII
donde empiezan a vislumbrarse los primeros
signos del capitalismo, justo en el siglo XIII, en
Italia. Empiezan a vislumbrarse los primeros
signos de ese voluntarismo moralista que
reducía lo sacramental y la fe a los márgenes de
la realidad. Empezaba a apuntarse los primeros
escritos que justifican el totalitarismo (“El
príncipe”, de Maquiavelo, está escrito poco
tiempo después de eso). Es decir, empiezan a
verse los síntomas más virulentos de lo que nos
traería por ejemplo el siglo XX, las guerras
mundiales, esa especie de fiebre de violencia
que reduce las relaciones humanas a las
relaciones de poder y que deja fuera la gracia
de Cristo, la misericordia infinita hecha carne en
nuestra carne y la vida sacramental, porque en
esa mentalidad los Sacramentos quedan
reducidos a ritos donde se nos enseñan más o
menos o se nos dan motivos para ser buenos,
pero no se celebra la Presencia de Cristo en
nuestro mundo, la siembra de la vida divina en
nuestra carne, la humanidad transfigurada por
el amor infinito de Dios.
Esa fiesta, el pueblo cristiano ha intuido
inmediatamente que tenía un valor especial, que
tenía un signo especial y vuestra presencia aquí
esta mañana no hace más que poner de relieve
y de manifiesto toda la profundidad
intuitivamente, porque no hace falta saber gran
teología: es el sentido de la fe del pueblo el que
dice aquí está el Señor y eso es lo que
celebramos.
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