Hoy es un día de gran alegría para toda la Iglesia, es un día en el que la esperanza que tenemos puesta en las palabras del Señor, ha encontrado su respuesta.
La Virgen María ocupa el lugar más destacado en la Iglesia, precisamente, porque Jesús quiso que Ella alcanzara lo más anhelado y prometido, por su fe, por su esperanza y por su caridad.
María es la mujer sencilla, que vive su fe día a día, en todo lo que hace, y haciéndolo todo de una forma especial, de esa forma, de quién tiene el corazón lleno de Dios.
María es la persona, que ofrece todo lo que es al Señor, para que el Señor tome posesión de toda su vida, y realice maravillas en Ella.
María ante el sufrimiento y las dudas, ante el dolor más inenarrable, se cobija en la mano de Dios, sabiendo que Él siempre es la fortaleza de quién se abandona en sus manos.
María es la primera, que vive en la mañana de la resurrección, la alegría de saber, que el triunfo de la muerte ha terminado, y que la vida ha ganado la partida ya para siempre.
Y cuando Jesús ha vuelto junto al Padre, envía sus ángeles, para que María, ocupe el lugar que le corresponde, como Madre de todos los creyentes, para que su vida, brille fuerte en el peregrinar de todos los cristianos, iluminándolos con una esperanza fuerte y con una fe en las cosas de arriba, teniendo firmes nuestros pies en el suelo.
Porque si debemos aprender algo de la Virgen, es precisamente a descubrir en las cosas sencillas de la vida, la presencia de Dios, y que son un medio para acercarnos cada vez más a Él.
En nuestros sufrimientos, en nuestras alegrías, en nuestras soledades, en nuestros miedos, miremos a María, imitemos a María, amemos a la Virgen, porque quién se mira en Ella como en un espejo, camina seguro hacia el cielo.
Cristo en la cruz, quiso que todos los creyentes nos fijáramos en su Madre. Todos los Santos Padres, y todos los Papas nos recuerdan una gran verdad: todo cristiano debe ser mariano.
Por eso, en nuestra vida diaria, tengamos siempre como referente a la Virgen, que en ningún hogar falte su imagen, para que sea una llamada constante, a vivir la fe auténticamente, y como una invitación a orar, a rezar, la oración a la Virgen, es una escalera que une el cielo con la tierra, y nos lleva al corazón de Dios.
Todo lo que en nuestra vida hagamos por honrar a la Madre de Dios, desde una fe auténtica, es signo de predestinación, es camino de salvación, es ancla segura de esperanza.
Conocer a Cristo, es descubrir el amor maternal de la Virgen.
Amar a la Virgen, es depositar absolutamente nuestra confianza en Cristo.
Que la Virgen María, sea siempre nuestra compañera de camino, nuestra guía, nuestra luz, y la mano que nos lleve siempre por la vida.
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