Luego
que María Santísima oyó del ángel Gabriel que su prima Isabel también
esperaba un hijo, sintióse iluminada por el Espíritu Santo y comprendió
que debería ir a visitar a aquella familia y ayudarles y llevarles las
gracias y bendiciones del Hijo de Dios que se había encarnado en Ella.
San Ambrosio anota que fue María la que se adelantó a saludar a Isabel
puesto que es la Virgen María la que siempre se adelanta a dar
demostraciones de cariño a quienes ama.
Por
medio de la visita de María llevó Jesús a aquel hogar muchos favores y
gracias: el Espíritu Santo a Isabel, la alegría a Juan, el don de
Profecía, etc, los cuales constituyen los primeros favores que nosotros
conocemos que haya hecho en la tierra el Hijo de Dios encarnado. San
Bernardo señala aquí que desde entonces María quedó constituida como un
"Canal inmenso" por medio del cual la bondad de Dios envía hacia
nosotros las cantidades más admirables de gracias, favores y
bendiciones.
Además,
nuestra Madre María recibió el mensaje más importante que Dios ha
enviado a la tierra: el de la Encarnación del Redentor en el mundo, y en
seguida se fue a prestar servicios humildes a su prima Isabel. No fue
como reina y señora sino como sierva humilde y fraterna, siempre
dispuesta a atender a todos que la necesitan.
Este
fue el primero de los numerosos viajes de María a ayudar a los demás.
Hasta el final de la vida en el mundo, Ella estará siempre viajando para
prestar auxilios a quienes lo estén necesitando. También fue la primera
marcha misionera de María, ya que ella fue a llevar a Jesús a que
bendijera a otros, obra de amor que sigue realizando a cada día y cada
hora. Finalmente, Jesús empleó a su Madre para santificar a Juan
Bautista y ahora ella sigue siendo el medio por el cual Jesús nos
santifica a cada uno de nosotros que somos también hijos de su Santa
Madre.
Donde está María, allí está Cristo (1)
Fiesta de la Visitación de la Virgen, 31 de mayo del 2001
SS Juan Pablo II
María se puso en camino y fue aprisa a la montaña..." (Lc 1, 39)
María se puso en camino y fue aprisa a la montaña..." (Lc 1, 39)
Resuenan
en nuestro corazón las palabras del evangelista san Lucas: "En cuanto
oyó Isabel el saludo de María, (...) quedó llena de Espíritu Santo" (Lc
1, 41). El encuentro entre la Virgen y su prima Isabel es una especie de
"pequeño Pentecostés". Quisiera subrayarlo esta noche, prácticamente en
la víspera de la gran solemnidad del Espíritu Santo. En la narración
evangélica, la Visitación sigue inmediatamente a la Anunciación: la
Virgen santísima, que lleva en su seno al Hijo concebido por obra del
Espíritu Santo, irradia en torno a sí gracia y gozo espiritual. La
presencia del Espíritu en ella hace saltar de gozo al hijo de Isabel,
Juan, destinado a preparar el camino del Hijo de Dios hecho hombre.
Donde
está María, allí está Cristo; y donde está Cristo, allí está su
Espíritu Santo, que procede del Padre y de él en el misterio sacrosanto
de la vida trinitaria. Los Hechos de los Apóstoles subrayan con razón la
presencia orante de María en el Cenáculo, junto con los Apóstoles
reunidos en espera de recibir el "poder desde lo alto". El "sí" de la
Virgen, "fiat", atrae sobre la humanidad el don de Dios: como en la
Anunciación, también en Pentecostés. Así sigue sucediendo en el camino
de la Iglesia.
Reunidos
en oración con María, invoquemos una abundante efusión del Espíritu
Santo sobre la Iglesia entera, para que, con velas desplegadas, reme mar
adentro en el nuevo milenio. De modo particular, invoquémoslo sobre
cuantos trabajan diariamente al servicio de la Sede apostólica, para que
el trabajo de cada uno esté siempre animado por un espíritu de fe y de
celo apostólico. Es muy significativo que en el último día de mayo se
celebre la fiesta de la Visitación. Con esta conclusión es como si
quisiéramos decir que cada día de este mes ha sido para nosotros una
especie de visitación. Hemos vivido durante el mes de mayo una continua
visitación, como la vivieron María e Isabel. Damos gracias a Dios porque
la liturgia nos propone de nuevo hoy este acontecimiento bíblico .
A
todos vosotros, aquí reunidos en tan gran número, deseo que la gracia
de la visitación mariana, vivida durante el mes de mayo y especialmente
en esta última tarde, se prolongue en los días venideros. (2)
El misterio de la Visitación, preludio de la misión del Salvador
Catequesis de Juan Pablo II (2-X-96)
1.
En el relato de la Visitación, san Lucas muestra cómo la gracia de la
Encarnación, después de haber inundado a María, lleva salvación y
alegría a la casa de Isabel. El Salvador de los hombres, oculto en el
seno de su Madre, derrama el Espíritu Santo, manifestándose ya desde el
comienzo de su venida al mundo.
El
evangelista, describiendo la salida de María hacia Judea, usa el verbo
anístemi, que significa levantarse, ponerse en movimiento. Considerando
que este verbo se usa en los evangelios para indicar la resurrección de
Jesús (cf. Mc 8,31; 9,9.31; Lc 24,7.46) o acciones materiales que
comportan un impulso espiritual (cf. Lc 5,27-28; 15,18.20), podemos
suponer que Lucas, con esta expresión, quiere subrayar el impulso
vigoroso que lleva a María, bajo la inspiración del Espíritu Santo, a
dar al mundo el Salvador.
2.
El texto evangélico refiere, además, que María realiza el viaje "con
prontitud" (Lc 1,39). También la expresión "a la región montañosa" (Lc
1,39), en el contexto lucano, es mucho más que una simple indicación
topográfica, pues permite pensar en el mensajero de la buena nueva
descrito en el libro de Isaías: "¡Qué hermosos son sobre los montes los
pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que
anuncia salvación, que dice a Sión: "Ya reina tu Dios"!" (Is 52,7).
Así
como manifiesta san Pablo, que reconoce el cumplimiento de este texto
profético en la predicación del Evangelio (cf. Rom 10,15), así también
san Lucas parece invitar a ver en María a la primera evangelista, que
difunde la buena nueva, comenzando los viajes misioneros del Hijo
divino.
La
dirección del viaje de la Virgen santísima es particularmente
significativa: será de Galilea a Judea, como el camino misionero de
Jesús (cf. Lc 9,51).
En
efecto, con su visita a Isabel, María realiza el preludio de la misión
de Jesús y, colaborando ya desde el comienzo de su maternidad en la obra
redentora del Hijo, se transforma en el modelo de quienes en la Iglesia
se ponen en camino para llevar la luz y la alegría de Cristo a los
hombres de todos los lugares y de todos los tiempos.
3.
El encuentro con Isabel presenta rasgos de un gozoso acontecimiento
salvífico, que supera el sentimiento espontáneo de la simpatía familiar.
Mientras la turbación por la incredulidad parece reflejarse en el
mutismo de Zacarías, María irrumpe con la alegría de su fe pronta y
disponible: "Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel" (Lc 1,40).
San
Lucas refiere que "cuando oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo
el niño en su seno" (Lc 1,41). El saludo de María suscita en el hijo de
Isabel un salto de gozo: la entrada de Jesús en la casa de Isabel,
gracias a su Madre, transmite al profeta que nacerá la alegría que el
Antiguo Testamento anuncia como signo de la presencia del Mesías.
Ante
el saludo de María, también Isabel sintió la alegría mesiánica y "quedó
llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: "Bendita tú
entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno"" (Lc 1,41-42).
En
virtud de una iluminación superior, comprende la grandeza de María que,
más que Yael y Judit, quienes la prefiguraron en el Antiguo Testamento,
es bendita entre las mujeres por el fruto de su seno, Jesús, el Mesías.
4.
La exclamación de Isabel "con gran voz" manifiesta un verdadero
entusiasmo religioso, que la plegaria del Avemaría sigue haciendo
resonar en los labios de los creyentes, como cántico de alabanza de la
Iglesia por las maravillas que hizo el Poderoso en la Madre de su Hijo.
Isabel,
proclamándola "bendita entre las mujeres", indica la razón de la
bienaventuranza de María en su fe: "¡Feliz la que ha creído que se
cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" (Lc
1,45). La grandeza y la alegría de María tienen origen en el hecho de
que ella es la que cree.
Ante
la excelencia de María, Isabel comprende también qué honor constituye
para ella su visita: "¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a
mí?" (Lc 1,43). Con la expresión "mi Señor", Isabel reconoce la dignidad
real, más aún, mesiánica, del Hijo de María. En efecto, en el Antiguo
Testamento esta expresión se usaba para dirigirse al rey (cf. 1 R 1, 13,
20, 21, etc.) y hablar del rey-mesías (Sal 110,1). El ángel había dicho
de Jesús: "El Señor Dios le dará el trono de David, su padre" (Lc
1,32). Isabel, "llena de Espíritu Santo", tiene la misma intuición. Más
tarde, la glorificación pascual de Cristo revelará en qué sentido hay
que entender este título, es decir, en un sentido trascendente (cf. Jn
20,28; Hch 2,34-36).
Isabel,
con su exclamación llena de admiración, nos invita a apreciar todo lo
que la presencia de la Virgen trae como don a la vida de cada creyente.
En
la Visitación, la Virgen lleva a la madre del Bautista el Cristo, que
derrama el Espíritu Santo. Las mismas palabras de Isabel expresan bien
este papel de mediadora: "Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu
saludo, saltó de gozo el niño en mi seno" (Lc 1,44). La intervención de
María, junto con el don del Espíritu Santo, produce como un preludio de
Pentecostés, confirmando una cooperación que, habiendo empezado con la
Encarnación, está destinada a manifestarse en toda la obra de la
salvación divina (3)
(2) (©L'Osservatore Romano - 8 de junio de 2001)
(3) (L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 4-X-96)
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