No hay nada tan grande, noble y que te cambie la vida, como ese instante, en el que se cruza en tu caminar esa persona, que hace tambalear todo tu mundo, y que tienes la seguridad, de que nada será igual desde ese instante, queriendo que sea eterno.
A partir de ese momento, todo adquiere un sentido nuevo, hasta los mismos gestos de siempre, tienen un nuevo significado, y todo el tiempo a su lado, se hace corto, y es semilla de un anhelo de plenitud, que se alimenta en cada encuentro, en cada llamada, en cada sonrisa, en cada mirada.
Como una familia más, un día pasaron por nuestra Parroquia, para fijar una fecha.
Como una familia más, comenzaron una senda de preparativos, que aunque necesarios, no ensombrecerían, lo que realmente tenía importancia: el amor entre dos jóvenes, que les hacía palpitar de vida, de ilusión, de alegría.
Y si nuestro Templo, testigo ya de tantas bodas, de tantas celebraciones, de tantos momentos únicos, queda inmortalizado en cientos de fotografías, que forman parte de la emoción de muchas personas...el amor de esta pareja, ha querido que precisamente este Templo, quede reflejado en la pupila de miles de personas, que en todos los medios de comunicación, han ido conociendo un pueblo, unos vecinos, un Templo, del que nunca habían oído hablar posiblemente.
La sencillez de una familia noble, de una familia importante en el plano económico, ha desvelado la grandeza de un pueblo, de unos vecinos, aún más si cabe, de nuestro Templo.
Porque aunque la fecha ya llevaba mucho tiempo puesta, como la de otras parejas, que un año antes, o varios, reservan un día en concreto, el día que más significa para ellos, ésta como las otras, pasó desapercibida, hasta que la prensa comenzó a indagar, y a hacer, de un simple gesto, como coger el teléfono parroquial, fuera toda una experiencia, ya que nos metían historias de todo tipo, sólo por intentar conocer algo más, algo que los demás desconocieran...cuando todo era tan normal, como lo era en el resto de parejas, y tan excepcional y maravilloso, como el amor de una pareja.
En los días previos a esta Boda...el nerviosismo se instaló en el ambiente...en todos, menos de puertas para adentro del Templo, y en las familias que íban a ser protagonistas de la celebración.
D. Javier, el Administrador de la finca, su esposa Inés, y la cuñada de ésta, ultimaron cada detalle, pendientes de todo, para que no se dejara suelto ningún aspecto, para que la celebración fuera reflejo, de lo que los novios habían manifestado. Y desde luego, su intenso trabajo en el Templo, su disponibilidad, su trato, ha sido excepcional, y digno de la mayor gratitud.
Los rumores sobre invitados, sobre aspectos de la celebración, sobre la incidencia que tendría la presencia de periodistas en bares y balcones frente a la Parroquia, alentaba la curiosidad y la expectación.
Desde dentro, todo se vivía, como una boda más, en la que, por la repercusión que parecía que íba a tener, se ponía el mismo cuidado que en otras bodas, en preparar los detalles que los novios o las familias piden, teniendo muy presente, que lo que no se quería perder, es precisamente, "la normalidad", que no se transformara todo en un espectáculo, sino en el momento más importante de una pareja, junto a sus familiares y amigos.
De ahí, que lo que se procuró tanto los días previos como el mismo de la Boda, es que el Templo no perdiera su carácter, de lugar de culto y oración, como que esta celebración familiar, nunca perdiera ese sentido. Fue la fiesta del amor, la fiesta de dos familias, la fiesta de unos amigos, testigos todos de un "sí" que ante el Señor, quería ser semilla de felicidad, de vida, de un hogar, en el que Él, sea el centro de todo.
Lo demás era totalmente secundario...
El Templo adornado en la parte fundamental del mismo: el Presbiterio, y a la luz de las velas que se encendieron por todo el Templo, no buscaba otra cosa, que centrar la atención en la respuesta libre de un hombre y una mujer, a la invitación de Dios, a formar una familia, a vivir en el amor y por el amor.
Nuestro Arzobispo, D. Javier, el Obispo de Londres, los sacerdotes que ayudaron en la celebración, D. Ildefonso, Vice-Rector del Seminario "San Cecilio" de Granada y nuestro Párroco, D. José Luis, eran testigos, de la actualidad de vivir el amor desde la fe, que era lo que brilló en esta Boda.
El acompañamiento musical, fue sorprendente, pero no menos que la participación de los asistentes, especialmente en el canto del comienzo de la celebración.
Tanto D. Javier, nuestro Arzobispo, como el Obispo de Londres, con sus palabras, hicieron aún más familiar, más cercana, más especial la celebración, manteniendo en todo momento la atención y participación de todos los que desde sus bancos, se alegraban por esta unión.
Al salir los nuevos esposos por la puerta del Templo Parroquial, y tras ellos todos los invitados, también los que habían puesto voz y música a la ceremonia, y comenzar a retirarse todo el despliegue de seguridad, que las circunstancias habían exigido, ...al echar una mirada sobre el Templo ya vacío, y ver lo que ahora había que recoger y ordenar... te dabas cuenta, que como todas las bodas, si intenso es el antes, no menos el después, para que todo vuelva a la normalidad.
Las puertas del Templo habían cerrado la intención de ser paparazzis, de quiénes en sus inmediaciones, habían resistido todo el día, para ser testigos de primera línea de todo lo que sucediera... dentro, tres floristeros aprovecharon cada segundo, con sumo cuidado, para ir organizando todas las flores que nos dejaban, por deseo de los novios, para adornar el Templo, y que eran retiradas de las estructuras metálicas en las que se encontraban, y que volvían de nuevo a tierras francesas, aunque les separaba aún 17 horas de viaje, de ahí, que aprovechar el tiempo era fundamental...así como poder recoger, organizar y dejar limpio, un Templo, que a las pocas horas, celebraría el Corpus Christi.
Echando la mirada hacia atrás, lo importante de esta boda, ha sido, precisamente que gracias a la decisión de estas familias, Íllora ya está en el mapa, para muchas personas que no habían escuchado hablar de este pueblo.
Que el comentario que más se escuchaba, tanto a la entrada como salida del Templo, fue que los vecinos de Illora merecen un 10, por su acogida, por su cariño, por cómo vivieron los momentos de la Boda, en aquella tarde, en la que hasta el viento y la lluvia, quisieron asistir al evento.
Los invitados se admiraron de cómo se les recibió y despidió, y de cómo estaba el recorrido hasta el Templo, con el que se había querido agasajar a las familias de los novios, con banderas de Colombia, Reino Unido y España...aunque luego algún periodista les pareciera que eran banderas republicanas...
Íllora, su imagen, ha sido fortalecida, con la celebración de esta Boda.
Por eso, no hay palabras para agradecer a la familia del Duque de Wellington y a la familia Santo Domingo, el haber elegido nuestro pueblo, para ser el marco incomparable, en el que sus hijos se dijeran el definitivo "si quiero".
Unas familias muy sencillas, a pesar de todo el peso nobiliario, económico y social que llevan adherido, que como cualquier familia nuestra, han procurado vivir esos momentos, con la intimidad y con la normalidad que todos quisiéramos para esos instantes.
La Parroquia de Íllora, estará para siempre agradecida, por todo el interés y por cómo ha sido la preparación y celebración de esta Boda, que tanto ha significado para todos.
La grandeza de una persona no la da solo los títulos, el poder económico, o el prestigio social, sino cómo en cada circunstancia, la sencillez, la humildad y el saber estar, son las huellas que lo impregnan todo, y hacen de la cercanía y familiaridad, el modo de relacionarse...y esos han sido los momentos que hemos vivido, desde la primera vez, que se habló de esta boda.
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