En el día de ayer, 22 de Mayo, festividad de Santa Rita de Casia, ha comenzado en la Parroquia de la Encarnación de Íllora, un Triduo a Santa Rita de Casia. La devoción a este extraordinaria mujer, que pasó por todos los estados de vida, y es un ejemplo de creyente, de esposa, de madre, de viuda y de religiosa, es muy antigua en nuestro pueblo.
Era costumbre, que en el día de su Festividad, muchas personas se encaminaban andando hacia Granada, para venerarla en los dos templos más significativos de esta devoción: La Iglesia de San Pedro y San Pablo, y la Iglesia del Corpus Christi, más conocida como la Iglesia de los Hospitalicos.
En Íllora, su capilla, que antaño se encontraba a los pies del Templo, en la actual Capilla de la Veracruz, siempre estaba llena de flores, velas, y exvotos, testimonio de las gracias obtenidas por los fieles.
De su arreglo y decoro, se encargaba Dña. Eugenia Torres, que desde su casa en la calle San Sebastián, se preocupaba de esta Capilla, como la de la Inmaculada, perteneciente a las Hijas de María, así como de la devoción a San Nicolás de Tolentino.
Actualmente, el 22 de Mayo, sigue congregando a muchísimos fieles en la Eucaristía de esta festividad, y acercándose a su imagen, agradecen su ayuda e intercesión.
VIDA DE SANTA RITA DE CASIA
Nace en 1381, en Roccaporena,
cerca de Casia, en la Umbría italiana. Su verdadero nombre era
Margarita, pero desde muy pequeña la llamaron Rita, y así
se quedó para toda la vida. Crece en el temor de Dios y en la atención
a sus ancianos padres Sus padres eran pacificadores de Cristo en las luchas
políticas y familiares entre güelfos y gibelinos. Fue hija
única. Desde su nacimiento ya empezó a demostrar que iba
a ser la "Abogada de los imposibles", pues la mamá sufría
la enfermedad de la esterilidad y no podía tener hijos y con mucha
oración obtuvo de Dios el prodigio de que le concediera esta buena
hija. Cuando la niña nació ya sus padres eran bastante viejos.
Desde sus primeros años dio muestras de una gran inclinación
a la piedad. Su mayor gusto era dedicarse a la oración y el más
grande deseo de su alma de juventud era ser religiosa.
Pero sus padres dispusieron más bien que debían
hacerla contraer matrimonio. Y ella, que siempre fue obedientísima,
aceptó la determinación paterna cuando iba a cumplir los
diez y seis años, Rita se casó con Pablo Fernando Manzini,
joven bien dispuesto, pero resentido, de carácter áspero
y violento. Y sucedió que, como se acostumbraba en ese tiempo,
la elección del esposo no fue hecha por la muchacha sino por los
progenitores y estos se equivocaron totalmente al buscarle marido y quizás
no se fijaron en las cualidades exteriores del individuo y no averiguaron
bien qué tal era su personalidad y casaron a Rita con un verdadero
monstruo de maldad. El marido resultó brutal, mujeriego y de un
temperamento ciento por ciento agresivo. El tal hombre llegó a
ser el terror de los vecinos y un continuo agresor dentro de su casa.
La bondad de Rita superó las asperezas del marido e hizo posible
una vida de paz y de concordia. Tuvieron dos hijos varones.
Con una vida sencilla, rica en oración y de virtudes,
toda dedicada a la familia, ayudó al marido a convertirse y a llevar
una vida honesta y de trabajo. Su vida de madre y de esposa fue turbada
por el asesinato del marido, víctima del odio entre los grupos.
Rita logró ser coherente con el Evangelio, perdonando totalmente,
como Jesús, a quien le había causado tanto dolor. Los hijos,
en cambio, influenciados del ambiente y de los parientes, estuvieron tentados
y proclives a la venganza. La madre, para evitar la ruina humana y espiritual
de sus hijos, pidió a Dios que prefería la muerte de sus
hijos antes que verlos manchados de sangre; ambos enfermaron y murieron
muy jóvenes. Su oración, humanamente incomprensible fue
escuchada.
Rita, viuda y sola, pacificó los ánimos
y reconcilió las familias con la fuerza de la oración y
del amor; entonces pudo entrar en el monasterio agustiniano de santa María
Magdalena de Casia. Aquí lleva una vida santa con una particular
espiritualidad, que privilegiaba la Pasión de Cristo; y vivió
cuarenta años, sirviendo a Dios y al prójimo con una generosidad
y alegría atenta a las diversas situaciones dramáticas del
ambiente y de la Iglesia de su tiempo. Sobresale por su espíritu
de oración, su identificación con la voluntad de Dios aceptando
la cruz, su amor a la Eucaristía y su entrega al prójimo.
En los últimos quince años de su vida, Rita llevó
sobre la frente el estigma de una de las espinas de la corona de Cristo,
completando así en su carne los sufrimientos de Jesús.
Pero se cuenta... que Rita quiso entrar en el convento
de las hermanas agustinas de Casia, pero su petición no fue aceptada.
De vuelta al retiro del hogar, oró incesantemente a sus tres santos
protectores: S. Juan Bautista, S. Agustín y S. Nicolás de
Tolentino, y una noche se produjo el prodigio. Los tres santos se le aparecieron
y la invitaron a seguirles, abriendo las puertas del convento, bien protegido
por muros y cerrojos, la condujeron hasta el medio del coro, donde estaban
recitando la oración de la mañana. Así Rita pudo
vestir el hábito de las agustinas, realizando el antiguo deseo
de entrega total a Dios. Se dedicó a la penitencia, a la oración
y al amor de Cristo crucificado, que la asoció aun visiblemente
a su pasión, con el estigma de una espina en su frente.
Este estigma milagroso, recibido durante un éxtasis,
marcó el rostro con una dolorosísima llaga purulenta hasta
su muerte, esto es, durante catorce años. La fama de su santidad
pasó los limites de Casia. Las oraciones de Rita obtuvieron prodigiosas
curaciones y conversiones. Para ella no pidió sino cargar sobre
sí los dolores del prójimo. Murió en el monasterio
de Casia en 1457 y fue canonizada en el año 1900.
Fue venerada como santa inmediatamente después
de su muerte, como se encuentra testimoniado en el sarcófago y
en el “Codex miraculorum”, documentos ambos que pertenecen
al 1457-62. Sus huesos, desde el 18 de mayo de 1947, reposan en el Santuario
dentro de una urna de plata y cristal trabajada en 1930. Recientes estudios
médicos han afirmado que sobre la frente, al lado izquierda, se
encuentran las huellas de una llaga ósea (osteomielitis). El pie
derecho tiene, además, la señal de una enfermedad padecida
en los últimos años, quizás una artritis; mientras
su estatura era de 1,57 cm. El rostro, las manos y los pies están
momificados, bajo el hábito de monja agustina se encuentra entero
el esqueleto articulado.
Fue característica suya pasar por todos los estados
de la vida, y en cada una de estas etapas se dedicó a cumplir sus
deberes con la mayor exactitud posible y todo por amor de Dios, superando
el sufrimiento con amor generoso y con un profundo espíritu de
penitencia, siendo siempre mensajera de paz y reconciliación.
Rita, según algunos autores muerta en 1447, según
otros en 1457, fue beatificada en 1628 por Urbano VIII, y León
XIII la proclamó santa el 24 de mayo de 1900.
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