El primero de mayo de nuevo y casi transcurridos 500 años, San Juan
de Ávila pisaba tierras granadinas, llegando hasta las faldas de Sierra
Nevada para ser recibido el relicario del Maestro en la Abadía del
Sacromonte ante una expectación por ver de nuevo a aquel sacerdote que
en el siglo XVI enamoró a los locales con sus sermones y su amor a
Cristo.
La recepción por el Cabildo Colegial de canónigos de la Abadía y la
Hermandad del Sacromonte, fue el inicio de una visita a la Archidiócesis
de Granada. Se comenzó con una procesión hasta el interior del templo,
continuando con una alocución sobre la vida y obra del Maestro,
mostrándonoslo como “Un santo de Nuestro Tiempo”, el rezo de vísperas
terminó con la veneración de las reliquias.
Desde el miércoles día 2 la visita continuó en la Parroquia de San
Juan de Ávila, los fieles esperaban a las puertas del templo de La Chana
para conocer más sobre el Maestro de Santos que da título a su
Parroquia. El viernes, tuvo lugar la tercera ponencia de las tres
preparadas en esta parroquia, sobre la figura de San Juan de Ávila, que
estuvo a cargo del Rector del Santuario de Montilla, después tuvo lugar
la Santa Misa cantada por el coro de la iglesia parroquial de San Juan
de Ávila y presidida por el Arzobispo de Granada Excmo. y Rvdmo. D.
Francisco Javier Martínez. Desde aquí damos las gracias a la
hospitalidad de los sacerdotes, el párroco D. Rogelio y al alma
mater de esta visita D. Francisco Mingorance.
El fin de semana, las reliquias llegaron a la Basílica de San Juan de
Dios, Santo fundador de la orden hospitalaria y que se convirtió tras
oír un sermón en la antigua Ermita de los Mártires al Maestro Juan de
Ávila, justo el día de San Sebastián de 1537, Juan Ciudad, el librero
portugués que hacía su venta en la Puerta de Elvira, pasó a ser Juan de
Dios. Los niños de primera Comunión e incluso una boda, fueron testigos
del paso de las reliquias por el templo impresionante que guardan
celosamente los restos del Santo que en su día tomaron por loco por
llenar el aire de voces y confesar públicamente sus pecados. En la tarde
de ese mismo día y cuando el tiempo daba una tregua, cesando la lluvia
que hasta ese momento había caído de forma incesante, las reliquias
fueron trasladadas por los jóvenes cofrades en procesión, con
estandartes y varas hasta la Santa Iglesia Catedral. Allí se recibieron
con las Vísperas Solemnes y con exposición del Santísimo. La oración en
estas Vísperas estuvo dirigida por las Hermanitas del Cordero con la
participación de la vida consagrada granadina.
El domingo, las reliquias presidieron la Eucaristía, con el Arzobispo
Mons. Javier Martínez que en su homilía ensalzó las obra del Apóstol de
Andalucía en tierras granadinas, tras la Santa Misa, el propio
Arzobispo dio a besar el corazón del Maestro de Santos a todos y cada
uno de los fieles que se congregaron en la Catedral de la capital de la
Alhambra, agradeciendo su presencia y dándoles sus Bendiciones.
El último destino de la acogida de las reliquias de San Juan de Ávila
en Granada fue el Seminario Mayor “San Cecilio”, donde llegaron el
lunes tras el rezo de Laudes en la Catedral. En el seminario diocesano,
los jóvenes se encargarán de realizar una vigilia de oración junto con
las reliquias. Un montaje multimedia con música y narración en directo
sobre la vida de San Juan de Ávila hicieron que todos los presentes se
emocionaran al conocer la profundidad y veracidad del “Amor a Dios” del
próximo Doctor de la Iglesia, la recreación de los diálogos en sombras
proyectadas con San Juan de Dios y Santa Teresa de Jesús llegaron a los
jóvenes seminaristas, así como a religiosos y religiosas y todos los
jóvenes estudiantes y comprometidos con Cristo que llegaron esa noche
hasta el Seminario granadino. Destacar el mimo que pusieron en su
trabajo tanto seminaristas como el grupo músico-vocal de estudiantes.
La última jornada en Granada, las reliquias del Patrón del Clero
Diocesano Español presidieron la Jornada sacerdotal que tuvo lugar en el
Seminario Mayor “San Cecilio” y con la que se celebraron el aniversario
sacerdotal de 50 y 25 años de ordenación de un grupo de presbíteros de
la Diócesis. Entre ellos el Rvdo. D. Antonio Maldonado Correa, S.I. que
estuvo hace varios años en el Santuario de San Juan de Ávila en Montilla
como Jesuita.
La Jornada sacerdotal comenzó con el rezo de la Hora Intermedia y a continuación la conferencia “San Juan de Ávila y nosotros”, a cargo de María Encarnación González Rodríguez, Directora de la Oficina para las Causas de los Santos de la Conferencia Episcopal Española y Postuladora de la Causa del Doctorado de San Juan de Ávila. La ponente recomendó la lectura del Sermón 21, que está escrito en Granada y que se encuentra en el tomo III, página 256 de las Obras Completas.
La Jornada sacerdotal comenzó con el rezo de la Hora Intermedia y a continuación la conferencia “San Juan de Ávila y nosotros”, a cargo de María Encarnación González Rodríguez, Directora de la Oficina para las Causas de los Santos de la Conferencia Episcopal Española y Postuladora de la Causa del Doctorado de San Juan de Ávila. La ponente recomendó la lectura del Sermón 21, que está escrito en Granada y que se encuentra en el tomo III, página 256 de las Obras Completas.
La Misa de Acción de Gracias y la comida con todos los sacerdotes,
concluyeron con una semana intensa, donde San Juan de Ávila, casi 500
años después, continuaba con su apostolado por la ciudad donde tantos
buenos amigos hizo y tantos santos ha dado para mayor Gloria de Dios.
¿QUIÉN ERA SAN JUAN DE ÁVILA?
Predicador, director espiritual y reformador
por Luis Fernando Figari
El Apóstol
de Andalucía, como fue conocido Juan de Ávila, nace
según se cree el 6 de enero de 1499, en Almodóvar del
Campo (Ciudad Real), en la jurisdicción de Toledo. Fue hijo de
un acaudalado descendiente de cristianos nuevos, Alonso de
Ávila,
y de Catalina Xijón (1),
hidalga
de sangre, quienes constituían un hogar cristiano piadoso. En
Almodóvar realiza Juan sus primeros estudios, pasando luego,
en 1513, a estudiar leyes en Salamanca. Luego de cuatro años,
abandona sus estudios jurídicos y regresa al ambiente
familiar,
donde vive en aislamiento en la casa de sus padres. Dado a una
intensa
vida espiritual en que se confesaba a menudo, vio nacer una
vigorosa
piedad eucarística manifestada en sus largas y frecuentes
visitas
al Santísimo y en la unción con la que comulgaba. Esta
situación parece responder según fray Luis de Granada
(2), su
primer biógrafo (3),
a que «le hizo Nuestro Señor merced de llamarle con un muy
particular
llamamiento». Al tiempo reanuda sus estudios sistemáticos,
pero
esta vez no de leyes.
En 1520 se le
encuentra cursando artes, pero ya no en Salamanca sino en
Alcalá
de Henares. Fue alumno de fray Domingo de Soto, O.P. (4),
quien enseñaba desde una renovadora perspectiva escolástica.
Culminada esta etapa con el grado de bachiller, continuará en
Alcalá por un trienio sus incompletos estudios de teología.
El Cardenal Francisco de Cisneros (5),
fundador de la universidad complutense, había establecido el
sistema de cátedras paralelas en las que se exponía los
sistemas del hoy Beato Juan Duns Scoto, de Santo Tomás de
Aquino
y de los Nominales, en alusión al nominalismo (6).
Existe una muy remota posibilidad de que quizás en 1526
conociera
en Alcalá a Iñigo López de Loyola
(7), más
adelante fundador de la Compañía
de Jesús. En 1526, sale de la universidad formado en la
corriente
trisistémica renovada de Alcalá (8).
Estaba ya entonces decidido a ordenarse y embarcarse a América
como misionero.
Cabe señalar
que antes de finalizados sus estudios, fallecieron sus padres,
legándole
una gran fortuna, cuyos beneficios repartió entre los pobres.
El mismo año de 1526, recibe el sacramento del Orden, y canta
su primera misa en memoria de sus progenitores. Luego de la
celebración
del Santo Sacrificio, según relata fray Luis de Granada: «por
honra de la Missa, en lugar de los banquetes y fiestas que en
estos
casos se suele hacer (como persona que tenía ya mas altos
pensamientos)
dió de comer à doce pobres y les sirvió à
la mesa y vistió y hizo con ellos otras obras de piedad».
Apostolado andaluz
Juan de
Ávila nunca partió para las entonces llamadas Indias.
Falló su deseo de ir a Nueva España (México). Otros
eran los designios del Altísimo. El Arzobispo Alonso Manrique
(9),
entonces Inquisidor General, le mandó
quedarse en Sevilla, iniciándolo en la predicación, con
la que tan notables servicios prestaría al Pueblo de Dios.
Desde un principio
se vinculó con él un grupo de clérigos, que se
reunían para ahondar en su formación espiritual y pastoral.
Si bien además de la celebración de los sacramentos, en
particular la Eucaristía, la predicación era su principal
ministerio, desde un primer momento Ávila mostró predilección
por la atención de hospitales y por la doctrina de los niños
y jóvenes. Corriendo el tiempo sería un gran promotor
de escuelas, y un pedagogo de talla, cuya influencia se
prolongaría
a lo largo del tiempo.
Su predicación
lo hizo popular, realizando misiones en la zona de Andalucía.
En 1531 fue denunciado a la Inquisición acusado de haber
proferido
algunas proposiciones sospechosas. Tras el proceso informativo
del Santo
Oficio, fue puesto en prisión, donde permaneció debido
a esas acusaciones hasta julio de 1533. Sometido a un
interrogatorio
"preliminar", y luego de responder a varios cargos que se le
hacían,
«todos los dichos inquisidores y letrados fueron unánimemente
de parecer que el dicho bachiller de Ávila fuese absuelto de
la instancia de juicio».
Ávila
quedaba libre. La Inquisición le mandaba moderarse en sus
expresiones
para evitar malas interpretaciones y escándalo entre los
feligreses.
El proceso del Santo Oficio purificó y templó aún
más la vida interior del Santo. Eran tiempos confusos, en los
que el límite entre la ortodoxia y las novedades peligrosas
para
la fe estaban fijándose. Eran también tiempos de sospechas
y pasiones, donde fácilmente se levantaban falsos testimonios.
No fueron pocos los fidelísimos a la Iglesia que cayeron bajo
la celosa penitencia de los custodios de la Inquisición.
Ellos,
sin embargo, fueron siempre respetuosos de la acción del Santo
Oficio, apresurándose a purificar sus obras de cuanto errado
o confuso pudiera dar pie a «frisar con el lenguaje y frases
de los
herejes», como decía San Francisco de Borja en un conocido
sermón.
Luego de permanecer
un tiempo en Sevilla, se marcha a la ciudad de los Califas.
Para 1535,
está en Córdoba, donde hace conocer el manuscrito del
Audi, filia, elaborado a poco de salir de la prisión.
Al año siguiente lo descubrimos en Granada, donde encuentra a
Juan Ciudad Duarte, mejor conocido por nosotros como Juan de
Dios
(10), a
quien encamina por senderos que le harán
alcanzar la perfección en la caridad y cuyas virtudes serán
públicamente reconocidas por la Iglesia. Es en ese tiempo que
se vincula fraternalmente con Luis de Granada (11),
el conocido fraile dominico cuyas obras espirituales se editan
hasta
nuestros días.
Es también
en Granada donde ocurre aquel famoso episodio con otro hombre
que alcanzará
los altares, Francisco de Borja (12).
Para mediados de mayo de 1539, llegó a la ciudad el Duque de
Gandía acompañando el cadáver de la emperatriz
Dña. Isabel. El sermón en la Catedral estuvo a cargo de
Juan de Ávila, quien después fue llamado para dialogar
por el futuro San Francisco, quien le solicitó consejo. Según
pone Luis Sala en su biografía, sería luego del diálogo
espiritual entre Juan y Francisco que este último habría
quedado «pensativo, abrigando en su ánimo un propósito:
no más servir a señor que se pudiera morir». Según
esto, parecería haber intervenido San Juan de Ávila en
las cavilaciones de San Francisco al ver marchitarse
rápidamente
los restos mortales de la emperatriz.
En las más
de 250 cartas suyas que se conservan se encuentra el
testimonio de su
diálogo epistolar con personas de vida cristiana ejemplar,
entre
ellas algunos santos hoy canonizados. Así por ejemplo con San
Juan de Dios y San Francisco de Borja, así como con San
Ignacio
de Loyola, San Juan de Ribera (13)
y Santa Teresa de Jesús (14).
Al parecer es en
Granada donde finaliza sus estudios de teología, que había
dejado inacabados, pues es allí donde por primera vez se le da
el título de Maestro.
Como su modelo
San Pablo, como predicador es infatigable, «insiste a tiempo y
a destiempo»
(15).
Hacendoso por el anuncio de la Buena Nueva,
predica, da consejo espiritual, ayuda a los pobres, enseña la
doctrina cristiana. Desde Granada inicia la «evangelización
metódica»
(16)
avanzando por las villas y las ciudades
año tras año. El Maestro Juan de Ávila venía
reuniendo discípulos en torno suyo. Algunos son laicos, otros
son sacerdotes. Entre estos últimos se encuentran quienes
conforman
un movimiento de «sacerdotes operarios y sanctos». Se llega a
hablar
hoy de «San Juan de Ávila y su escuela», de su «escuela
sacerdotal»
(17),
incluso de «un movimiento sacerdotal de
tipo reformardor». Uno de los objetivos principales del Santo
es la
reforma eclesial, y para ello ve como buen camino la fundación
de institutos educativos para niños, jóvenes y para candidatos
al sacerdocio. Su estilo catequético pasará, a través
de sus discípulos, a jesuitas, carmelitas y seculares,
plasmándose
en el estilo pedagógico de la enseñanza de la doctrina
que se difunde mucho en el siglo XVI español.
San Juan y los
suyos fundan unos quince colegios menores y mayores, sin
contar las
escuelas para seminaristas que fundó o inspiró en Granada,
Córdoba y Évora, en Portugal. Entre ellos destaca la
universidad
de Baeza, en Jaén. Mientras crecía su fama, se incrementaba
el número de sus seguidores, y de los que recurrían a
él para discernimiento espiritual.
Reforma sacerdotal
Ávila
era un convencido de la necesidad de la reforma, y para
llevarla adelante
cree en la necesidad fundamental de reformar al clero
(18).
¡Urgen santos sacerdotes! En tiempos de
Trento, en un memorial, sostiene: «Ya consta que lo que este
santo Concilio
pretende es el bien y la reformación de la Iglesia, y para
este
fin también consta que el remedio es la reformación de
los ministros de ella. Y como éste sea el medio de este bien
que se pretende, se sigue que todo el negocio de este santo
Concilio
ha de ser dar orden cómo estos ministros sean tales como
oficio
tan alto requiere. Pues esta sea la conclusión: que se dé
orden y manera para educarles a que sean tales: y que es
menester tomar
el negocio de más atrás y tener por cosa cierta que, si
quiere la Iglesia buenos ministros, conviene hacellos; y si
quiere tener
gozo de buenos médicos de las ánimas, ha de tener a su
cargo de los criar y tomar el trabajo de ello; y sin esto no
alcanzará
lo que desea». Escribe dos memoriales para el Concilio de
Trento, además
de unas advertencias para el concilio que se realizaría en
Toledo
para aplicar Trento.
Es importante
destacar que el principio de la recta instrucción y formación
tiene para el Santo una muy importante base teológica y
pastoral.
No sólo está orientado a la reforma del clero y encaminado
a la constitución de seminarios, sino también a la reforma
de todos los demás fieles. Se podría decir que la instrucción
y la internalización son para él fundamentales en su
perspectiva
pastoral de la urgencia de la reforma general. La fe que
ilumina la
mente y arde en el corazón es el camino de la reforma.
Los hoy conocidos
memoriales de San Juan fueron escritos a petición del
Arzobispo
de Granada, don Pedro Guerrero, presidente de la delegación de
los obispos españoles a Trento (19).
En relación al primero, Mons. Guerrero explícitamente
lo «hará suyo en el Concilio de Trento, con aplauso general»,
como dice el Papa Pablo VI (20).
El tema que ha pasado a la historia es aquel de la reforma del
clero
y de los medios para ello. No se trata sólo de un catálogo
de males en el clero; hay avisos prudentes y, más aún,
medios prácticos para encontrar una solución. Para la
reforma de las costumbres, el de Ávila no cree en la
suficiencia
de la leyes, por buenas que sean, por sí mismas. Ciertamente
no confía en su condición de vis compulsiva. Más
que en la conminación o el castigo cree en la educación,
en la internalización de los valores, en la convicción
personal. Así, dice en su primer Memorial: «Mas, como
no haia fundamento de virtud en los súbditos para cumplir
estas
buenas leyes, y por eso le son cargosas han por fuerza de
buscar malicias
para contaminarlas y disimuladamente huir de ellas, o
advertidamente
quebrantarlas». Más que la compulsión propone el camino
del conocimiento, la internalización y el amor; así, «los
eclesiásticos» -que a ellos va dirigido principalmente el
asunto-
«facilmente cumplirán lo mandado; y aún harán más
por amor que la ley manda por fuerza».
Sacerdotes para la reforma católica
Hacia mediados
de siglo andaba considerando la idea de institucionalizar el
movimiento
de reforma sacerdotal que había surgido en torno a sí
y que lo seguía en su camino de intensa vida espiritual y amor
a la Iglesia (21). En
algún
momento, además de los numerosos sacerdotes que se hacían
cargo de obras avilinas, no sólo en España, sino también
en Portugal, donde había un colegio de sacerdotes discípulos
suyos, Ávila llega a tener juntos a más de veinte compañeros
reunidos en el Alcázar viejo. Pero el asunto simplemente no
cuajó.
Y así, él mismo alienta a no pocos de sus discípulos
a entrar a la Compañía de Jesús. Ellos van entrando
de a pocos. Igualmente va entregando algunos de sus colegios a
los de
la Compañía.
San Juan y San
Ignacio de Loyola intercambian cartas. Al ser informado por
Ignacio
sobre las incomprensiones y confrontaciones que la nueva forma
religiosa
de los jesuitas despertaba, Ávila le escribe una histórica
carta a Ignacio, en la que en medio de hondas reflexiones
espirituales
sobre una nueva fundación, señala: «desde el principio
del mundo nunca faltó bondad que padeciese y malicia que
persiguiese».
El Santo de
Loyola estaba totalmente persuadido de la conveniencia de que
el de
Ávila ingresara a la nueva sociedad religiosa. Por unas notas
tomadas por Juan Alfonso de Polanco (22)
para una carta de San Ignacio, se sabe lo que el fundador de
la Compañía
pensaba: «Una letra, mostrable a Ávila, donde diga que en
tanta
uniformidad de voluntades y modos de proceder del Mtro. Ávila
y nosotros, que no me parece que quede sino que nosotros nos
unamos
con él o él con nosotros, para que las cosas del divino
servicio mejor se perpetúen» (23).
Se habla de
fusión, integración. San Ignacio da sus directivas desde
Roma urgiendo establecer más contactos con el P. Ávila
y los suyos. Éste tenía gran simpatía por el nuevo
Instituto, e incluso ofrece donarle los colegios que en
diversos lugares
había fundado. Su entusiasmo y aprecio a la primitiva Compañía
es grande, tanto que incluso anima a quienes dudan en ingresar
en ella.
Así, por ejemplo, a un hijo de la marquesa de Priego, Antonio
de Córdoba, a quien escribe resolviéndole las dudas
despertadas
por prejuicios que muchos tenían en relación a los padres
de la Compañía: «Ni daña ser gente nueva, porque
si eso bastara para condenar, ¡cuántas de cosas buenas fueran
condenadas!». Añadiendo luego de animarle a decidirse a favor
de ingresar a la nueva sociedad: «porque la experiencia nos
dice que
las Órdenes tienen más fervor en los principios que después,
y es bueno gozar del fervor en los principios que después».
Otra
carta seguirá, en donde se ve cómo San Juan tomaba como
asunto suyo alentar el ingreso a la Compañía de Jesús:
«Los peces grandes son malos de tomar, y han menester muchas
vueltas,
río abajo y río arriba, hasta que cansados tengan poca
fuerza y los prenda del todo el anzuelo». Finalmente, accedía
don Antonio, ingresando a la Compañía de Jesús,
en Oñate. Con el correr del tiempo se convertiría en uno
de los forjadores del estilo educativo jesuita, contribuyendo a
él
desde la pedagogía avilina.
Así de
entusiasmado andaba Ávila con los jesuitas, a quienes
frecuentaba,
y en una de cuyas Iglesias pediría ser enterrado. Pero pasa el
tiempo y Ávila, amigo y en cierto sentido protector del
entonces
nuevo instituto, no ingresa a él. Tampoco ese asunto cuajó.
Él continúa animando y liderando a los sacerdotes que
se reúnen en torno a la perspectiva avilina. «Todos ellos
tienen
un denominador común, a pesar de ministerios muy diversos y de
encontrarse en casi todas las regiones de España: predicar el
misterio de Cristo, enderezar las costumbres, renovación de la
vida clerical según los decretos conciliares, no buscar
dignidades
ni puestos elevados ("atributo común de todos los discípulos",
dice Muñoz (24)),
vida intensa
de oración y penitencia, paciencia en las contradicciones y
persecuciones,
sentido de Iglesia, enseñar la doctrina cristiana ("ejercicio
común a todos los discípulos"), dirección espiritual,
etc.» (25).
Cerca de treinta
discípulos suyos se harán jesuitas. Otros, reunidos bajo
una regla común en la zona de Tardón, restauraron en España
la antigua Orden de los basilios. Aún otros, reunidos en un
paraje
de la Sierra Morena, la Peñuela, optan por tomar el hábito
de los carmelitas de la reforma de los descalzos. San Juan de
Ávila
había también apoyado a Santa Teresa de Jesús,
y éstos sin duda lo sabían. Otros seguirán su camino
como sacerdotes seculares. Los avilinos, pues, forman una
buena simiente
de la que se nutren institutos religiosos que llevan adelante
la Reforma
Española, y lo que algunos mal llaman "contra-reforma" ya que
en realidad se trata de la Reforma Católica que tomando origen
en las reformas del siglo XV y lo que iba del XVI recibe un
impulso
unitario en el Concilio de Trento.
Su espiritualidad
Proveniente
de Salamanca primero, y de Alcalá, con su vía
trisistémica,
después, San Juan de Ávila se presenta como un producto
de la perspectiva de la Reforma Española. Hay quien lo ha
querido
asimilar de una manera "radical" a la llamada vía paulista en
boga en aquellos tiempos, pero la lectura de su acabada obra Audi,
filia permite una perspectiva para descodificar sus otras
obras,
epistolario y sermones que muestra un panorama mucho más
variado.
El Santo de Ávila, más que pertenecer a una corriente
determinada, parece representar una combinación de diversas
vías
que se dan encuentro en las también diversas etapas de la
Reforma
Española. En él la vía de la oración metódica
se encuentra con la vía paulista, y con la de los beneficios
divinos, con la de virtudes contra vicios, con la del propio
conocimiento,
y así en adelante. Igualmente el humanismo se da encuentro con
el cristocentrismo de su espiritualidad, destacando el
seguimiento del
Señor Jesús y el camino del amor transformante. A pesar
de que algunos busquen destacar rasgos erasmianos en San Juan
de Ávila
-y para ello resalten que había leído algunas obras del
de Rotterdam, probablemente desde Alcalá, que lo cita en
algunos
de sus trabajos, y que en alguna ocasión recomienda la lectura
de algún libro de Erasmo (26)-,
no se ve cómo puedan eliminarse de su vida y sus escritos el
apasionado amor eucarístico, la reverencia litúrgica,
el amor por el Santo Rosario y su ejercicio cotidiano, el
valor de las
imágenes y tantas otras características que en nada se
compadecen con el camino de "interiorizaciones" de la
perspectiva erasmista.
Por lo demás, otras diversas razones culturales hay para
explicar
las coincidencias respecto al camino de profundización
interior,
que en el Santo de Ávila es sendero de mayor seguimiento del
Señor Jesús y de transformación por el camino del
amor.
Así,
pues, lo primero que se puede decir es que la espiritualidad
de San
Juan de Ávila es una expresión de la Reforma Española,
añadiéndose a continuación que constituye una síntesis
original de diversas vías entonces en boga, fundidas en el
crisol
de la experiencia personal del Santo de Ávila al transitar los
caminos por los cuales lo iba guiando el Espíritu. Ante las
antítesis
en las que se quiebra la perspectiva erasmista, se alza la
síntesis
lograda de diversas perspectivas que en la vida de San Juan se
tornan
en respuesta a la gracia recibida y en recorrido, con ella,
por un seguro
sendero de perfección. La espiritualidad del Santo lleva su
huella
personal. Es una impostación propia de la gran espiritualidad
de la Reforma Española con diversas de sus vías. Sus acentos
son ciertamente distintos de los de otras síntesis. Se
asemejan
más a algunos, y se distancian de otros.
P. Pourrat,
en su famosa obra La espiritualidad cristiana, con
rápidos
trazos describe el horizonte en que se manifiestan los rasgos
activos
de la síntesis viva de San Juan, tanto en su predicación
como en sus escritos: «Instruir a los ignorantes, convertir a
los pecadores,
exhortar a la práctica de la perfección y preservar del
error a las almas, santificar al clero; tal era el estado de
su celo»
(27). Por
el ardor evangélico que se muestra
en el deseo de anunciar la íntima vivencia de la fe en el
Señor
Jesús, se ha aludido a su concreción apostólica,
manifestada en tan variadas formas, como expresión de lo que
se ha llamado una «teología paulina de acción»
(28).
Cabe destacar
la centralidad del amor en su camino espiritual. Ante todo el
amor a
Dios, del que brota una sed de la gloria de Dios y el servicio
apostólico.
Luego, lo que el padre Granada destaca como «un corazón tierno
y muy de carne para aver compasión de los hijos», y el amor a
los prójimos en general. Para él la causa del amor es
Cristo, «el cual recibe el bien al prójimo hecho, y el perdón
al prójimo dado, como si a Él mismo se diera».
Un segundo acento
es el cristocentrismo de su vida interior. Siempre invita a
tener presente
quién es Jesucristo. Esta perspectiva se extiende a los
diversos
misterios de Nuestro Señor, que invita a profundizar, pero de
manera muy especial se concentra en aquellos de su Pasión y
Muerte.
Dice el Santo de Ávila: «Los que mucho se ejercitan en el
propio
conocimiento, como tratan a la continua y muy de cerca, sus
propios
defectos, suelen caer en grandes tristezas, desconfianzas y
pusilanimidad
de corazón; por lo cual es necesario que se ejerciten en otro
conocimiento que les alegre y esfuerce, mucho más que el
primero
les desmayaba. Y para esto, ninguno otro hay igual como el
conocimiento
de Jesucristo nuestro Señor; especialmente pensando cómo
padeció y murió por nosotros». La confianza en Dios fundada
en los misterios redentores es también una nota significativa
de su experiencia de fe. El Apóstol de Andalucía tenía,
como se ha dicho, una manifiesta y grande devoción al
Santísimo
Sacramento. En una ocasión en diálogo familiar señaló:
«No teneis aí el Sanctissimo Sacramento? Quando yo dél
me acuerdo, se me quita el deseo de todo quanto ay en la
tierra». En
sus enfermedades, para poder comulgar sin el prescrito ayuno
previo
-recordemos que entonces la disciplina del ayuno era muchísimo
más extensa que hoy- obtuvo un Breve del Papa Pablo IV, en
1558.
Al tratar De
la devoción que tenia à nuestra Señora, el
padre Granada dice que San Juan de Ávila «como era tan amigo
del Hijo, assi lo era de la Madre. Porque es tan grande la
unión
y liga que ay entre Hijo y Madre, que quien ama mucho al uno
ha de amar
mucho al otro». Y así lo vemos unir los sagrados misterios del
Señor con la presencia de su Madre. Por ejemplo al señalar
diversos pasos de la Pasión para meditar según los diversos
días de la semana, llegado al sábado, dice San Juan: «Y
en el sábado quedaos de pensar en la lanzada cruel de su
sagrado
costado, y como le quitaron de la cruz y le pusieron en brazos
de su
sagrada Madre... Y tened memoria de pensar en este día las
grandes
angustias que la Virgen y Madre pasó, y sedle compañera
fiel en se las ayudar a pasar, porque allende ser cosa debida
os será
muy provechosa».
Otro rasgo de
su espiritualidad era la conciencia siempre presente de la
dignidad
del sacerdocio, y del don que significaba ser llamado a tamaño
servicio. Esto influye sobre los desvelos que testimonia por
la recta
formación de los sacerdotes. Ante la grandeza del sacerdocio
que San Juan de Ávila tenía, el padre Luis de Granada,
que lo sobrevive algunos años, llega a decir: «A algunos por
ventura parescerá riguroso este parecer, tomando para esto por
argumento la costumbre de los tiempos presentes; mas este
Padre pésa
las cosas con el peso del Sanctuario (que diximos) esto es,
con la estima
que desta dignidad tuvieron los sanctos antiguos, por cuyo
parescer
él se regia». El de Ávila escribía en una ocasión
a un sacerdote: «Pues que, por la gracia de Jesucristo, es
vuestra merced
sacerdote, asaz tiene en que entender para dar buena cuenta de
oficio
tan alto y tan tremendo aún para hombros de ángeles. Estime
mucho este misterio, agradezca esta merced, y esta
consideración
le sea bastante a recogerle cuando estuviera distraído y a
ponerle
espuelas cuando se viere flojo; y ansi se enseñoree de su
corazón
esta merced, que por ella se tenga muy obligado a servir con
gran diligencia
al Señor; y le ponga gran cuidado para así ejercitar oficio
tan soberano, que agrade a los ojos del que se lo dio»
(29).
El Papa Pablo
VI, en la homilía de canonización de Juan de Ávila,
destaca su fe en la vocación sacerdotal. «Tiene conciencia de
su vocación. Tiene fe en su elección sacerdotal. Una
introspección
psicológica de su biografía nos llevaría a descubrir
en esta certeza de su "identidad" sacerdotal la fuente de su
celo impertérrito,
de su fecundidad apostólica, de su sabiduría de preclaro
reformador de la vida eclesiástica y de delicado director de
conciencia. San Juan de Ávila enseña al menos esto, y
sobre todo esto, al clero de nuestro tiempo, que no dude de su
ser:
sacerdote de Cristo, ministro de la Iglesia, guía de los
hermanos.
Él advirtió profundamente lo que hoy algunos sacerdotes
y muchos alumnos de los seminarios no comprenden como un deber
corroborante
y un título específico para la cualificación ministerial
en la Iglesia, la propia definición -llamémosla también
sociológica- separada de aquella que, como siervo de
Jesucristo
y como Apóstol, San Pablo daba de sí: "Separado para anunciar
el Evangelio de Dios" (30)»
(31).
Así,
pues, el Santo Maestro de Ávila en términos generales
representa cabalmente la espiritualidad de la Reforma
Española,
en una específica concreción espiritual, con los acentos
particulares surgidos en su recorrido por los caminos por los
que lo
conducía el Espíritu Santo.
Tránsito del Padre Maestro
Retirado
en Montilla, Córdoba, se entrega a la vida de oración
con sus momentos fuertes, a los que a lo largo de sus años
dedicaba
dos horas por la mañana y dos horas por la noche, enmarcados
en la «unión interior que tenía siempre con Dios, con
lo cual procuraba tener siempre el horno de su corazón
caliente,
para que al tiempo del recogimiento no fuese menester mucha
leña
de consideraciones para meterlo en calor», según dice su
primer
biógrafo. A ello sumaba el ejercicio de su sacerdocio, la
dirección
espiritual y la preparación de la edición definitiva del
Audi, filia. San Juan de Ávila tiene una doctrina muy
precisa sobre la enfermedad y el sentido del sufrimiento, en
el que
se ejercita de manera singular en esos tiempos.
En la madrugada
del 10 de mayo de 1569, Juan de Ávila, el fecundo Apóstol
de Andalucía, iniciaba su viaje postrero hacia la Casa del
Padre.
Tras dieciocho años de constantes enfermedades, «con muy poca
intermisión», limitado en hacer lo que se sentía llamado
«por mis indisposiciones, que cada día crecen más», moría,
en su retiro de Montilla, en olor de santidad. Santa Teresa de
Jesús,
lloró «con gran sentimiento y fatiga» por la pérdida para
«la Iglesia de Dios, (de) una gran columna, y muchas almas un
grande
amparo, que tenían en él» (32).
En 1894 fue
beatificado por León XIII, y en 1970 es canonizado por Pablo
VI, luego de haber sido declarado Patrono Principal del clero
secular
español por el Papa Pío XII en 1946.
Un método de oración en San Juan de Ávila
San Juan
es un convencido de la importancia de la oración en la vida
cristiana.
Por doquier se ven sus recomendaciones sobre ella. Además de
la oración vocal, que no abandona, busca ejercitarse -y que
otras
personas también se ejerciten-lección
y la oración. Esta perspectiva lo sitúa
claramente
en el ancho cauce de la Reforma Española, dentro de la cual
ocupa
un lugar no sólo de importancia, sino también con
características
propias, como ya se ha venido señalando. en la
En algunos lugares
instruye acerca de cómo rezar (40).
Pero el lugar más indicado para entender cabalmente las
orientaciones
de San Juan parece ser el Audi, filia. En lo que
respecta al
método de oración que se desprende del Audi, filia,
habría que decir que también se muestra fundamentalmente
igual en ambas ediciones. Obviamente, tratándose de una obra
de exhortaciones y ejercicios espirituales no aparece tal cual
es sistematizado
más adelante a partir de los elementos que se encuentran en la
famosa obra. San Juan de Ávila, fiel a su cometido de
edificación,
va intercalando el desarrollo del método de lección y
oración con explanaciones sobre algún aspecto del tema
y con aplicaciones de los ejercicios que va desarrollando. Por
lo demás
no se muestra del todo parejo al describir «el modo» de
proceder en
las consideraciones del propio conocimiento y en las de la
Pasión
del Señor.
Cabe destacar
que San Juan suele estar muy atento al principio de
individuación.
En tal sentido se abre a las diferencias personales, así como
a la flexibilidad ante las situaciones particulares que se
producen
en la lección y en la oración, por lo cual recomienda
no atarse rígidamente a reglas y tareas tan fijas que impidan
a las personas la necesaria simplicidad «con que en este
negocio han
de tratar con Dios» (41).
Esta
misma aplicación del principio de individuación y la
consiguiente
flexibilidad se percibe cuando dice: «También os aviso que hay
otros ejercicios de meditación para caminar al Señor;
así como la meditación de las criaturas y de los beneficios
de Dios, y por la vía del recogimiento del corazón que
entiende en amar, que es el fin de todo pensamiento y de toda
la Ley;
y que como hay diversos ejercicios, hay diversas inclinaciones
en los
hombres, y es muy gran merced del Señor poner al hombre en
aquello
que le ha de ser provechoso; lo cual cada uno le debe pedir
con mucha
insistencia, y procurar, por lo que en sí siente, dando
relación
de ello a quien más sabe, de atinar con qué ejercicio
le va mejor, porque aquel es el que debe seguir». Asimismo, se
cuida
de recordar en el prefacio a la edición que fue póstumamente
publicada en Toledo en 1574, que el Audi, filia fue
escrito «a
aquella religiosa doncella que dije, la cual, y las de su
calidad, han
de menester más esforzarlas el corazón con confianza que
atemorizarla con rigor», y como descargo a las características
de cada lector añade: «toma de aquí lo que hallares que
te conviene, y deja lo otro para otros que lo habrán
menester»,
esto es que cada uno se aplique aquello que mejor le sirve a
sus características
y realidad personal. Con esta declaración no sólo se abre
el santo apóstol de Andalucía a las diferencias de
personalidad,
sino también, quizá sin saberlo ni pensarlo, a la
provisionalidad
de numerosos pasajes de sus voluminosos escritos
(42),
que es necesario tomar en cuenta desde la perspectiva de los
cambios
de los tiempos.
Método de oración
San Juan de Ávila - Audi, filia
Preparación próxima
Preparación inmediata
- Suplicar a Dios «que os hable en vuestro corazón con su viva voz, mediante aquellas palabras que de fuera leéis, y os dé el verdadero sentido de ellas».
- Atención y reverencia, «escuchando a Dios en aquellas palabras que de fuera leéis, como si a Él mismo oyérades predicar cuando en este mundo hablaba».
- Mediana y descansada atención «que no os captive ni impida la atención libre y levantada que al Señor habéis de tener».
- Arrepentimiento-confianza: «y daros ha nuestro Señor el vivo sentido de las palabras, que obre en vuestra ánima, unas veces arrepentimiento de vuestros pecados; otras, confianza de Él y en su perdón».
3. Presencia de Dios: «Vuestras rodillas hincadas, pensaréis a cuán excelente y soberana Majestad vais a hablar» (45).
4. Humillación del corazón: considerar la propia pequeñez, hacer una entrañable reverencia, y pedir licencia para hablarle a Dios.
5. Arrepentimiento: Rezar la confesión general y pedir perdón por los pecados del día. También ha de servir para esto, «mirando una imagen del Crucifijo, o acordándose de Él», pensar cómo y por quién padeció el Señor. «¡Yo Señor pequé, y pagarás vos!» (46).
6. Rezo vocal de devociones: «Rezad algunas devociones que debéis tener por costumbre». Rezar por sí mismo, por aquellos por los que se tiene obligación, y por toda la Iglesia, «el cuidado de la cual habéis de tener muy fijado en el corazón», y también por los no creyentes. Dirigir estas oraciones a Nuestra Señora, «a la cual habéis de tener muy cordial amor y entera confianza que os será muy verdadera Madre en todas vuestras necesidades» y, «a la Pasión de Jesucristo, nuestro Señor, la cual también os ha de ser muy familiar refugio de vuestros trabajos, y esperanza única de vuestra salud».
Cuerpo de la oración
2. Unión con Dios: «Y haced cuenta que estáis delante de la presencia de Dios, y que no hay más que de Él y de vos»; «haced cuenta que lo tenéis allí presente».
3. Con o sin representación imaginaria: «se puede hacer en una de dos maneras: o con representar a vuestra imaginación la figura corporal de nuestro Señor, o solamente pensar sin representación imaginaria»; «poned la imagen de aquel paso que quisiéredes pensar, dentro de vuestro corazón» (47).
4. Consideraciones: pensar en la materia con «ejercicios de devotas consideraciones y habla interior». Discurrir por los beneficios de Dios, las bondades hechas, los bienes recibidos, lo malo de la propia conducta.
5. Afectos: sentir con la voluntad. «Este negocio más es de corazón que de cabeza». «Si con vuestro pensar sosegado el Señor os da lágrimas, compasión y otros sentimientos devotos», debéis tomarlos pero sin «ir mucho tras ellos», para evitar así perder «por seguirlas (los sentimientos o las lágrimas) aquel pensamiento o afección espiritual que las causó».
6. Aplicación: Presentar delante de Dios los pensamientos tenidos, pidiéndole que los «asiente en lo más dentro de vuestro corazón».
Conclusión
2. Examen: ante Dios de lo malo y lo bueno que hay en nosotros.
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