Pero la consideración del papel tan importante de la Virgen en nuestra vida de fe, en la vida de fe de la Iglesia, es algo siempre vivo en la marcha de la Iglesia, sea el día que sea.
Cuando nos acercamos a contemplar a la Virgen, llena por el dolor de aquéllos días de pasión, nos sorprende su serena tristeza, sus lágrimas, que casi ya adivinan, el rocío de la mañana de resurrección, porque en su corazón, traspasado de dolor, brota ya la esperanza de una nueva vida que comienza a dar a luz.
La Virgen estaba al pié de la cruz, con esas sencillas palabras, el evangelio de hoy nos presenta la presencia de la Madre en el momento más crucial e importante para Cristo, y para la Iglesia, permanecer fiel junto al madero, que a la vez es signo de muerte como puerta de la vida más plena, de la vida que no se agota, de la felicidad que ya no conoce de barreras ni de obstáculos.
El Evangelio, desde la anunciación, no tiene grandes relatos acerca de la vida de la Virgen cuando Jesús inicia su predicación, pero es motivo de fe, lo que nos asegura, que la Virgen, que ya desde su concepción, fue especialmente adornada con una serie de gracias, fue la primera que descubrió la importancia del momento que estaba viviendo, y la necesidad de que Ella fuera la primera discípula y a la vez modelo de fe, para todos los que desde aquéllos años, íban a seguir a Cristo, su Hijo.
Pero eso no quita, que los momentos duros, lo fueran menos duros para Ella, al contrario, todo su ser, experimentó en toda su intensidad, el dolor, la angustia, y en una crueldad tal, que sólo pensar cada uno de nosotros, que a cualquier familiar nuestro, le hicieran lo que a Jesús, a nuestra vista, creo que moriríamos sólo de imaginarlo.
Su corazón fue tamizado en el dolor, pero si grande fue su dolor, mayor aún su esperanza, al pié de la cruz, recordaría las palabras del Ángel en la anunciación, las palabras de Simeón en el Templo, pero sobre todo, las palabras de los profetas, que anunciaban, que todo lo que estaba sucediendo, eran los pasos que Dios Padre ofrecía al mundo, para demostrarle la calidad y extensión de su amor por nosotros.
En la tarde de Viernes de Dolores, en esta Parroquia de Íllora, al contemplar al Nazareno, al contemplar a la Virgen, ellos nos invitan también a nosotros, a vivir auténticamente, sin dobleces, sin grandes parafernalias, y sobretodo, sin miedo, cada uno tal cual es.
Hay que recuperar esa capacidad que antiguamente se tenía de transmitir a nuestros hijos, nietos y familiares, la fe que recibimos de nuestros mayores, la confianza que ellos siempre tuvieron en el Dios de la vida, y que vivían de forma sencilla y humilde, pero con gran gozo.
Pero hoy, es un día especial, para pedir al Señor por nuestras madres, por todas las madres del mundo. Porque además, no siempre somos capaces de reconocer, su valía, su sacrificio, y su cariño por nosotros. Incluso a veces, nos cansamos de sus consejos, nos agobia su constante atención, y casi el querer controlar todos nuestros pasos, pero es que el amor de una madre por un hijo, es así.
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