La Concepción:
Es el momento en el cual Dios crea el alma y la infunde en la materia
orgánica procedente de los padres. La concepción es el momento en que
comienza la vida humana.
Cuando
hablamos del dogma de la Inmaculada Concepción no nos referimos a la
concepción de Jesús quién, claro está, también fue concebido sin pecado.
El dogma declara que María quedó preservada de toda carencia de gracia
santificante desde que fue concebida en el vientre de su madre Santa
Ana. Es decir María es la "llena de gracia" desde su concepción.
La
Encíclica "Fulgens corona", publicada por el Papa Pío XII en 1953 para
conmemorar el centenario de la definición del dogma de la Inmaculada
Concepción, argumenta así: «Si en un momento determinado la Santísima
Virgen María hubiera quedado privada de la gracia divina, por haber sido
contaminada en su concepción por la mancha hereditaria del pecado,
entre ella y la serpiente no habría ya -al menos durante ese periodo de
tiempo, por más breve que fuera- la enemistad eterna de la que se habla
desde la tradición primitiva hasta la solemne definición de la
Inmaculada Concepción, sino más bien cierta servidumbre»
Fundamento Bíblico
La
Biblia no menciona explícitamente el dogma de la Inmaculada Concepción,
como tampoco menciona explícitamente muchas otras doctrinas que la
Iglesia recibió de los Apóstoles. La palabra "Trinidad", por ejemplo, no
aparece en la Biblia. Pero la Inmaculada Concepción se deduce de la
Biblia cuando ésta se interpreta correctamente a la luz de la Tradición
Apostólica.
El primer pasaje que contiene la promesa de la redención (Genesis 3:15) menciona a la Madre del Redentor. Es el llamado Proto-evangelium,
donde Dios declara la enemistad entre la serpiente y la Mujer. Cristo,
la semilla de la mujer (María) aplastará la cabeza de la serpiente. Ella
será exaltada a la gracia santificante que el hombre había perdido por
el pecado. Solo el hecho de que María se mantuvo en estado de gracia
puede explicar que continúe la enemistad entre ella y la serpiente. El
Proto-evangelium, por lo tanto, contiene una promesa directa de que
vendrá un redentor. Junto a El se manifestará su obra maestra: La
preservación perfecta de todo pecado de su Madre Virginal.
En Lucas 1:28 el ángel Gabriel enviado por Dios le dice a la Santísima Virgen María «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.». Las palabras en español "Llena de gracia" no hace justicia al texto griego original que es "kecharitomene"
y significa una singular abundancia de gracia, un estado sobrenatural
del alma en unión con Dios. Aunque este pasaje no "prueba" la Inmaculada
Concepción de María ciertamente lo sugiere.
El Apocalipsis narra
sobre la «mujer vestida de sol» (Ap 12,1). Ella representa la santidad
de la Iglesia, que se realiza plenamente en la Santísima Virgen, en
virtud de una gracia singular. Ella es toda esplendor porque no hay en
ella mancha alguna de pecado. Lleva el reflejo del esplendor divino, y
aparece como signo grandioso de la relación esponsal de Dios con su
pueblo.
Los Padres de la Iglesia y la Inmaculada
Los Padres se referían a la Virgen María como la Segunda Eva (cf. I Cor. 15:22), pues ella desató el nudo causado por la primera Eva.
Justín (Dialog. cum Tryphone, 100),
Ireneo (Contra Haereses, III, xxii, 4),
Tertuliano (De carne Christi, xvii),
Julius Firm cus Maternus (De errore profan. relig xxvi),
Cyrilo of Jerusalem (Catecheses, xii, 29),
Epiphanius (Hæres., lxxviii, 18),
Theodotus of Ancyra (Or. in S. Deip n. 11), and
Sedulius (Carmen paschale, II, 28).
También
se refieren a la Virgen Santísima como la absolutamente pura San
Agustín y otros. La iglesia Oriental ha llamado a María Santísima la
"toda santa"
En el siglo IX se introdujo en Occidente la fiesta de la Concepción de María, primero en Nápoles y luego en Inglaterra.
Hacia el año 1128, un monje de Canterbury llamado Eadmero escribe el primer tratado sobre la Inmaculada Concepción donde rechaza la objeción de San Agustín contra
el privilegio de la Inmaculada Concepción, fundada en la doctrina de la
transmisión del pecado original en la generación humana.
La
castaña, escribe Eadmero, «es concebida, alimentada y formada bajo las
espinas, pero que a pesar de eso queda al resguardo de sus pinchazos».
Incluso bajo las espinas de una generación que de por sí debería
transmitir el pecado original, María permaneció libre de toda mancha,
por voluntad explícita de Dios que «lo pudo, evidentemente, y lo quiso.
Así pues, si lo quiso, lo hizo».
Los grandes teólogos del siglo
XIII presentaban las mismas dificultades de San Agustín: la redención
obrada por Cristo no sería universal si la condición de pecado no fuese
común a todos los seres humanos. Si María no hubiera contraído la culpa
original, no hubiera podido ser rescatada. En efecto, la redención
consiste en librar a quien se encuentra en estado de pecado.
El franciscano Juan Duns Escoto,
al principio del siglo XIV, inspirado en algunos teólogos del siglo XII
y por el mismo San Francisco (siglo XIII, devoto de la Inmaculada),
brindó la clave para superar las objeciones contra la doctrina de la
Inmaculada Concepción de María. El sostuvo que Cristo, el mediador
perfecto, realizó precisamente en María el acto de mediación más
excelso: Cristo la redimió preservándola del pecado original. Se trata una redención aún más admirable: No por liberación del pecado, sino por preservación del pecado.
Escoto preparó
el camino para la definición dogmática. Dicen que su inspiración le
vino al pasar por frente de una estatua de la Virgen y decirle: "Dignare
me laudare te: Virgo Sacrata" (Oh Virgen sacrosanta dadme las palabras
propias para hablar bien de Ti).
1. ¿A Dios le convenía que su
Madre naciera sin mancha del pecado original? - Sí, a Dios le convenía
que su Madre naciera sin ninguna mancha. Esto es lo más honroso, para
Él.
2. ¿Dios podía hacer que su Madre naciera sin mancha de pecado original? -
Sí, Dios lo puede todo, y por tanto podía hacer que su Madre naciera sin mancha: Inmaculada.
3.
¿Lo que a Dios le conviene hacer lo hace? ¿O no lo hace? Todos
respondieron: Lo que a Dios le conviene hacer, lo que Dios ve que es
mejor hacerlo, lo hace.
Entonces Scotto exclamó: Luego
1. Para Dios era mejor que su Madre fuera Inmaculada: o sea sin mancha del pecado original.
2. Dios podía hacer que su Madre naciera Inmaculada: sin mancha
3.
Por lo tanto: Dios hizo que María naciera sin mancha del pecado
original. Porque Dios cuando sabe que algo es mejor hacerlo, lo hace.
Méritos:
María es libre de pecado por los méritos de Cristo Salvador. Es por El
que ella es preservada del pecado. Ella, por ser una de nuestra raza
humana, aunque no tenía pecado, necesitaba salvación, que solo viene de
Cristo. Pero Ella singularmente recibe por adelantado los méritos
salvíficos de Cristo. La causa de este don: El poder y omnipotencia de
Dios.
Razón: La maternidad divina. Dios quiso prepararse un lugar puro donde su hijo se encarnara.
Frutos:1-María
fue inmune de los movimientos de la concupiscencia. Concupiscencia: los
deseos irregulares del apetito sensitivo que se dirigen al mal.
2-María
estuvo inmune de todo pecado personal durante el tiempo de su vida.
Esta es la grandeza de María, que siendo libre, nunca ofendió a Dios,
nunca optó por nada que la manchara o que le hiciera perder la gracia
que había recibido.
El
dogma de la Inmaculada Concepción de María no ofusca, sino que más bien
pone mejor de relieve los efectos de la gracia redentora de Cristo en
la naturaleza humana. Todas las virtudes y las gracias de María
Santísima las recibe de Su Hijo. La Madre de Cristo debía ser
perfectamente santa desde su concepción. Ella desde el principio recibió
la gracia y la fuerza para evitar el influjo del pecado y responder con
todo su ser a la voluntad de Dios. A María, primera redimida por
Cristo, que tuvo el privilegio de no quedar sometida ni siquiera por un
instante al poder del mal y del pecado, miran los cristianos como al
modelo perfecto y a la imagen de la santidad que están llamados a
alcanzar, con la ayuda de la gracia del Señor, en su vida.
En
torno a las ideas de Escoto se suscitó una gran controversia. Después
de que el Papa Sixto IV aprobara, en 1477, la misa de la Concepción, esa
doctrina fue cada vez más aceptada en las escuelas teológicas.
El Papa Sixto IV,
en 1483, casi 4 siglos antes del dogma, había extendido la fiesta de la
Concepción Inmaculada de María a toda la Iglesia de Occidente.
Fue valioso también el aporte del mundo universitario. Las
universidades de París, Maguncia y Colonia y, en España, la de Valencia
(1530), Granada, Alcalá (1617), Salamanca (1618) y otras proclamaron a
María Inmaculada como Patrona. Sus doctores, al recibir el grado, hacían
voto y juramento de enseñar y defender la doctrina de la Inmaculada
Concepción de María.
La Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María tiene un llamado para nosotros:1-Nos llama a la purificación. Ser puros para que Jesús resida en nosotros.
2-Nos llama a la consagración al Corazón Inmaculado de María, lugar seguro para alcanzar conocimiento perfecto de Cristo y camino seguro para ser llenos del Espíritu Santo.
"Con
la Inmaculada Concepción de María comenzó la gran obra de la Redención,
que tuvo lugar con la sangre preciosa de Cristo. En Él toda persona
está llamada a realizarse en plenitud hasta la perfección de la
santidad" Juan Pablo II, 5-XII-2003.
Respuesta a los argumentos contra la Inmaculada Concepción de María.
1-
Argumento: La Inmaculada Concepción contradice la enseñanza de San
Pablo: "todos han pecado y están lejos de la presencia salvadora de
Dios" (Romanos 3:23).
Respuesta católica: Si fuéramos a tomar las palabras de San Pablo "todos
han pecado" en un sentido literal absoluto, Jesús también quedaría
incluido entre los pecadores. Sabemos que esta no es la intención de S.
Pablo ya que después menciona que Jesús "no conoció pecado" (2Cor 5,21;
Cf. Hebreos 4:15; 1 Pedro 2:22).
El
dogma de la Inmaculada Concepción de María no contradice la enseñanza
Paulina en Rm 3:23 sobre la realidad pecadora de la humanidad en
general, la cual estaba encerrada en el pecado y lejos de Dios hasta la
venida del Salvador. San Pablo enseña que Cristo nos libera del pecado y
nos une a Dios (Cf. Efesios 2:5). Esta es la enseñanza del Catecismo
de la Iglesia católica, el pecado original «afecta a la naturaleza
humana», que se encuentra así «en un estado caído». Por eso, el pecado
se transmite «por propagación a toda la humanidad, es decir, por la
transmisión de una naturaleza humana privada de la santidad y de la
justicia originales». Pero Jesús tiene la potestad para preservar a su
Madre del pecado aplicando a ella los méritos de su redención.
San
Pablo declara que, como consecuencia de la culpa de Adán, «todos
pecaron» y que «el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la
condenación» (Rom 5,12.18). El paralelismo entre Adán y Cristo se
completa con el de Eva y María: La mujer tuvo un papel importante en la
caída y lo tiene también en la redención.
San Ireneo,
Padre de la Iglesia del siglo II, presenta a María como la nueva Eva
que, con su fe y su obediencia, contrapesa la incredulidad y la
desobediencia de Eva. Ese papel en la economía de la salvación exige la
ausencia de pecado. Era conveniente que, al igual que Cristo, nuevo
Adán, también María, nueva Eva, no conociera el pecado y fuera así más
apta para cooperar en la redención.
El pecado que mancha a toda
la humanidad no puede entrar en el Redentor y su colaboradora. Con una
diferencia sustancial: Cristo es totalmente santo en virtud de la gracia
que en su humanidad brota de la persona divina; y María es totalmente
santa en virtud de la gracia recibida por los méritos del Salvador.
Entonces, lo que Pablo declara en forma general para toda la humanidad
no incluye a Jesús y a María.
2-
Argumento: Según algunos, María reconoce que ella era pecadora y que
necesitó ser rescatada por la gracia de Dios (Lucas 1: 28, 47).
Respuesta católica: Que
María se declarara pecadora es falso. Que ella se declarara salvada por
Dios es cierto. En Lc 1:48 ella reconoce que fue salvada. ¿De qué? Del
dominio del pecado, por gracia de Dios. Pero para eso no tuvo que llegar
a pecar. Dios la salvó preservándola del pecado.
El dogma de la Inmaculada Concepción de María no niega que ella fue salvada
por Jesús. En María las gracias de Cristo se aplicaron ya desde el
momento de su concepción. El hecho de que Jesús no hubiese aún nacido no
presenta obstáculo pues las gracias de Jesús no tienen barreras de
tiempo y se aplicaron anticipadamente en su Madre. Para Dios nada es
imposible.
¿Cómo
sabemos que La Virgen María fue concebida sin pecado? La fe católica
reconoce que la revelación Bíblica necesita ser interpretada a la luz de
la Tradición recibida de los Apóstoles y según el desarrollo dogmático
que, por el Espíritu Santo, ha ocurrido en la Iglesia. De esta manera lo
que esta ya en la Biblia en forma de semilla se llega a entender cada
vez mejor.
1.
En la reflexión doctrinal de la Iglesia de oriente, la expresión llena
de gracia, como hemos visto en las anteriores catequesis, fue
interpretada, ya desde el siglo VI, en el sentido de una santidad
singular que reina en María durante toda su existencia. Ella inaugura
así la nueva creación.
Además del relato lucano de la
Anunciación, la Tradición y el Magisterio han considerado el así llamado
Protoevangelio (Gn 3, 15) como una fuente escriturística de la verdad
de la Inmaculada Concepción de María. Ese texto, a partir de la antigua
versión latina: «Ella te aplastara la cabeza», ha inspirado muchas
representaciones de la Inmaculada que aplasta la serpiente bajo sus
pies.
Ya hemos recordado con anterioridad que esta traducción no
corresponde al texto hebraico, en el que quien pisa la cabeza de la
serpiente no es la mujer, sino su linaje, su descendiente. Ese texto por
consiguiente, no atribuye a María sino a su Hijo la victoria sobre
Satanás. Sin embargo, dado que la concepción bíblica establece una
profunda solidaridad entre el progenitor y la descendencia, es coherente
con el sentido original del pasaje la representación de la Inmaculada
que aplasta a la serpiente, no por virtud propia sino de la gracia del
Hijo.
2. En el mismo texto bíblico, además se proclama la
enemistad entre la mujer y su linaje, por una parte, y la serpiente y su
descendencia, por otra. Se trata de una hostilidad expresamente
establecida por Dios, que cobra un relieve singular si consideramos la
cuestión de la santidad personal de la Virgen. Para ser la enemiga
irreconciliable de la serpiente y de su linaje, María debía estar exenta
de todo dominio del pecado. Y esto desde el primer momento de su
existencia.
A este respecto, la encíclica Fulgens corona,
publicada por el Papa Pío XII en 1953 para conmemorar el centenario de
la definición del dogma de la Inmaculada Concepción, argumenta así: «Si
en un momento determinado la santísima Virgen María hubiera quedado
privada de la gracia divina, por haber sido contaminada en su concepción
por la mancha hereditaria del pecado, entre ella y la serpiente no
habría ya –al menos durante ese periodo de tiempo, por más breve que
fuera– la enemistad eterna de la que se habla desde la tradición
primitiva hasta la solemne definición de la Inmaculada Concepción, sino
más bien cierta servidumbre» (MS 45 [1953], 579).
La absoluta
enemistad puesta por Dios entre la mujer y el demonio exige, por tanto,
en María la Inmaculada Concepción, es decir, una ausencia total de
pecado, ya desde el inicio de su vida. El Hijo de María obtuvo la
victoria definitiva sobre Satanás e hizo beneficiaria anticipadamente a
su Madre, preservándola del pecado. Como consecuencia, el Hijo le
concedió el poder de resistir al demonio, realizando así en el misterio
de la Inmaculada Concepción el más notable efecto de su obra redentora.
3.
El apelativo llena de gracia y el Protoevangelio, al atraer nuestra
atención hacia la santidad especial de María y hacia el hecho de que fue
completamente librada del influjo de Satanás, nos hacen intuir en el
privilegio único concedido a María por el Señor el inicio de un nuevo
orden, que es fruto de la amistad con Dios y que implica, en
consecuencia, una enemistad profunda entre la serpiente y los hombres.
Como
testimonio bíblico en favor de la Inmaculada Concepción de María, se
suele citar también el capitulo 12 del Apocalipsis, en el que se habla
de la «mujer vestida de sol» (Ap 12, 1). La exégesis actual concuerda en
ver en esa mujer a la comunidad del pueblo de Dios, que da a luz con
dolor al Mesías resucitado. Pero, además de la interpretación colectiva,
el texto sugiere también una individual cuando afirma: «La mujer dio a
luz un hijo varón, el que ha de regir a todas las naciones con cetro de
hierro» (Ap 12, 5). Así, haciendo referencia al parto, se admite cierta
identificación de la mujer vestida de sol con María, la mujer que dio a
luz al Mesías. La mujercomunidad está descrita con los rasgos de la
mujerMadre de Jesús.
Caracterizada por su maternidad, la mujer
«está encinta, y grita con los dolores del parto y con el tormento de
dar a luz» (Ap 12, 2). Esta observación remite a la Madre de Jesús al
pie de la cruz (cf. Jn 19, 25), donde participa, con el alma traspasada
por la espada (cf. Lc 2, 35), en los dolores del parto de la comunidad
de los discípulos. A pesar de sus sufrimientos, está vestida de sol, es
decir, lleva el reflejo del esplendor divino, y aparece como signo
grandioso de la relación esponsal de Dios con su pueblo.
Estas
imágenes, aunque no indican directamente el privilegio de la Inmaculada
Concepción, pueden interpretarse como expresión de la solicitud amorosa
del Padre que llena a María con la gracia de Cristo y el esplendor del
Espíritu.
Por ultimo, el Apocalipsis invita a reconocer mas
particularmente la dimensión eclesial de la personalidad de María: la
mujer vestida de sol representa la santidad de la Iglesia, que se
realiza plenamente en la santísima Virgen, en virtud de una gracia
singular.
4. A esas afirmaciones escriturísticas, en las que se
basan la Tradición y el Magisterio para fundamentar la doctrina de la
Inmaculada Concepción, parecerían oponerse los textos bíblicos que
afirman la universalidad del pecado.
El Antiguo Testamento habla
de un contagio del pecado que afecta a «todo nacido de mujer» (Sal 50,
7; Jb 14, 2). En el Nuevo Testamento, san Pablo declara que, como
consecuencia de la culpa de Adán, «todos pecaron» y que «el delito de
uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación» (Rm 5, 12. 18).
Por consiguiente, como recuerda el Catecismo de la Iglesia católica, el
pecado original «afecta a la naturaleza humana», que se encuentra así
«en un estado caído». Por eso, el pecado se transmite «por propagación a
toda la humanidad, es decir, por la transmisión de una naturaleza
humana privada de la santidad y de la justicia originales» (n. 404). San
Pablo admite una excepción de esa ley universal: Cristo, que «no
conoció pecado» (2 Co 5, 21) y así pudo hacer que sobreabundara la
gracia «donde abundo el pecado» (Rm 5, 20).
Estas afirmaciones no
llevan necesariamente a concluir que María forma parte de la humanidad
pecadora. El paralelismo que san Pablo establece entre Adán y Cristo se
completa con el que establece entre Eva y María: el papel de la mujer,
notable en el drama del pecado, lo es también en la redención de la
humanidad.
San Ireneo presenta a María como la nueva Eva que, con
su fe y su obediencia, contrapesa la incredulidad y la desobediencia de
Eva. Ese papel en la economía de la salvación exige la ausencia de
pecado. Era conveniente que, al igual que Cristo, nuevo Adán, también
María, nueva Eva, no conociera el pecado y fuera así más apta para
cooperar en la redención.
El pecado, que como torrente arrastra a
la humanidad, se detiene ante el Redentor y su fiel colaboradora. Con
una diferencia sustancial: Cristo es totalmente santo en virtud de la
gracia que en su humanidad brota de la persona divina; y María es
totalmente santa en virtud de la gracia recibida por los méritos del
Salvador.
Llena de Gracia, el nombre mas bello de María.
Benedicto XVI, 2006
Queridos hermanos y hermanas:
Celebramos
hoy una de las fiestas de la bienaventurada Virgen más bellas y
populares: la Inmaculada Concepción. María no sólo no cometió pecado
alguno, sino que quedó preservada incluso de esa común herencia del
género humano que es la culpa original, a causa de la misión a la que
Dios la había destinado desde siempre: ser la Madre del Redentor.
Todo
esto queda contenido en la verdad de fe de la Inmaculada Concepción. El
fundamento bíblico de este dogma se encuentra en las palabras que el
Ángel dirigió a la muchacha de Nazaret: «Alégrate, llena de gracia, el
Señor está contigo» (Lucas 1, 28). «Llena de gracia», en el original
griego «kecharitoméne», es el nombre más bello de María, nombre
que le dio el mismo Dios para indicar que desde siempre y para siempre
es la amada, la elegida, la escogida para acoger el don más precioso,
Jesús, «el amor encarnado de Dios» (encíclica «Deus caritas est», 12).
Podemos
preguntarnos: ¿por qué entre todas las mujeres, Dios ha escogido
precisamente a María de Nazaret? La respuesta se esconde en el misterio
insondable de la divina voluntad. Sin embargo, hay un motivo que el
Evangelio destaca: su humildad. Lo subraya Dante Alighieri en el último
canto del «Paraíso»: «Virgen Madre, hija de tu hijo, humilde y alta más
que otra criatura, término fijo del consejo eterno» (Paraíso XXXIII,
1-3). La Virgen misma en el «Magnificat», su cántico de alabanza, dice
esto: «Engrandece mi alma al Señor… porque ha puesto los ojos en la
humildad de su esclava» (Lucas 1, 46.48). Sí, Dios se sintió prendado
por la humildad de María, que encontró gracia a sus ojos (Cf. Lucas 1,
30). Se convirtió, de este modo, en la Madre de Dios, imagen y modelo de
la Iglesia, elegida entre los pueblos para recibir la bendición del
Señor y difundirla entre toda la familia humana.
Esta
«bendición» es el mismo Jesucristo. Él es la fuente de la «gracia», de
la que María quedó llena desde el primer instante de su existencia.
Acogió con fe a Jesús y con amor lo entregó al mundo. Ésta es también
nuestra vocación y nuestra misión, la vocación y la misión de la
Iglesia: acoger a Cristo en nuestra vida y entregarlo al mundo «para que
el mundo se salve por él» (Juan 3, 17).
Queridos hermanos y
hermanas: la fiesta de la Inmaculada ilumina como un faro el período de
Adviento, que es un tiempo de vigilante y confiada espera del Salvador.
Mientras salimos al encuentro de Dios, que viene, miremos a María que
«brilla como signo de esperanza segura y de consuelo para el pueblo de
Dios en camino» («Lumen gentium», 68). Con esta conciencia os invito a
uniros a mí cuando, en la tarde, renueve en la plaza de España el
tradicional homenaje a esta dulce Madre por la gracia y de la gracia. A
ella nos dirigimos ahora con la oración que recuerda el anuncio del
ángel.