Juan
de Yepes nació en Fontiveros (Ávila) en 1542 y murió en Úbeda (Jaén) el
14 de Diciembre de 1591. Su vida transcurrió en pleno siglo de oro
español. Le tocó vivir una época de fuertes contrastes: Aunque en los
dominios del Emperador Felipe II nunca se ponía el sol (España y
Portugal, Imperio Alemán, Flandes, Nápoles, Milán, Filipinas, América,
Colonias Africanas), en Castilla, Aragón y en el Levante se sucedían las
revueltas populares para protestar contra la sangría de hombres y
dinero que se necesitaban para mantener los ejércitos que participaban
en las conquistas americanas, en los enfrentamientos con Francia y con
Inglaterra, en las guerras de religión en toda Europa. Mientras Miguel
de Cervantes y Lope de Vega escribían sus mejores páginas, la gran
mayoría de la población era analfabeta. Al mismo tiempo en que España se
llenaba de impresionantes palacios, catedrales y monasterios y se
realizaban algunas de las obras más emblemáticas del Renacimiento, las
malas cosechas, epidemias y hambrunas cercenaban las vidas de los más
débiles.
Nuestro Santo conoció la miseria desde su infancia. Fue testigo de
la muerte de su padre y de su hermano a causa del hambre. Tuvo que
emigrar, mendigar y servir en un hospital de enfermos contagiosos desde
niño. Incluso trabajó como aprendiz en distintos talleres artesanos.
Posteriormente, cuando asuma cargos de responsabilidad en el Carmelo
Descalzo, lo encontraremos cuidando personalmente de los enfermos,
diseñando las plantas de los conventos, levantando tabiques, pintando
muros, cultivando la huerta y realizando todo tipo de trabajos manuales.
Algo impensable en una época en la que estas ocupaciones se
consideraban incompatibles con las actividades intelectuales o de
gobierno, por deshonrosas. Asumió voluntariamente la pobreza evangélica
como expresión de renuncia y desasimiento de todo lo material, como
fuente de libertad interior. Sin embargo, no permitió que sus frailes
salieran a pedir por las calles y siempre procuró que tuvieran lo
necesario para cubrir sus necesidades (alimentación, vestido),
especialmente los enfermos.
Paradójicamente, su condición de pobre de solemnidad le abrió la
posibilidad de recibir una inicial formación intelectual en el colegio
de los «doctrinos» para niños pobres de Medina del Campo. Allí «aprendió
muy deprisa a leer y escribir bien». Esto le capacitó para asistir a
las clases de humanidades (gramática, retórica y filosofía) que
impartían los Jesuitas en el Colegio que acababan de abrir en la ciudad.
Sus profesores fueron algunos de los primeros y mejor preparados
compañeros de S. Ignacio y le introdujeron en el mundo de los autores
clásicos y de la literatura italiana contemporánea, de la poesía culta y
de la popular. Le enseñaron a usar de todos los resortes de la lengua
para transmitir su pensamiento.
El administrador del Hospital de la Concepción le propone que se
ordene para convertirle en Capellán de la institución. Parece ser que
los Jesuitas también intentan reclutarle en sus filas. Pero él se siente
inclinado hacia una profunda vida de oración y decide hacerse religioso
Carmelita con el nombre de Juan de Santo Matía. Contaba 23 años. En el
Noviciado recibe una intensa formación espiritual, con un acercamiento a
las tradiciones y a la legislación de esta Orden de Nuestra Señora,
fundada por un grupo de ermitaños en la soledad del Monte Carmelo. La
primera página de las Constituciones se abría con esta pregunta: «¿Cómo
contestar a los que preguntan cuándo y de qué manera nació nuestra
Orden? Y ¿por qué nos llamamos Hermanos de la Bienaventurada Virgen
María del Monte Carmelo?». Y respondía: «Decimos en testimonio de la
verdad, que desde el tiempo de Elías y Eliseo, su discípulo, que
habitaron piadosamente en el Monte Carmelo, cerca de Acre, muchos santos
padres, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, gustaron vivir en
la soledad de esta misma montaña para contemplar las cosas
celestiales... Allí construyeron un oratorio en honor de la Madre del
Salvador». Una lectura obligada era el Libro de la Institución de los
primeros Monjes, por entonces considerado anterior a la redacción de la
Regla de S. Alberto. En él se propone «el fin de nuestra vida religiosa
eremítica», que es «ofrecer a Dios un corazón santo y puro... y
experimentar en el alma la virtud de la presencia divina y de la dulzura
de la gloria soberana».
De 1564 a 1568 es enviado a la Universidad de Salamanca, que se
encuentra en su momento más esplendoroso. Allí enseñan Artes (Filosofía,
Lógica y Moral), Lenguas Orientales (hebreo, arameo y árabe), Teología,
Derecho y Medicina los más famosos profesores del momento: Francisco de
Vitoria, Fray Luis de León, Melchor Cano, etc. Complementa las clases
recibidas en la Universidad con las que impartían otros maestros de su
Orden en la casa. Se demuestra un alumno muy aventajado y es nombrado
prefecto de estudiantes, con la obligación de preparar disputas
(discusiones públicas sobre un tema que se debía defender con argumentos
sólidos frente a las objeciones de un contrincante). En estos años va a
sufrir una crisis vocacional por la que han atravesado muchos hermanos
de su Orden a lo largo de los siglos. Han sido preparados en el
noviciado para llevar una vida de oración y retiro, deben leer y
escuchar en sus comunidades textos que les recuerdan los orígenes
ermitaños del Carmelo... Y sin embargo, el Carmelo es de hecho una Orden
mendicante, comprometida en el apostolado urbano. El mismo Fray Juan se
encuentra ocupado en múltiples actividades, todas ellas buenas, pero
distintas de su original vocación contemplativa. Después de pensarlo
detenidamente, decide irse a la Cartuja.
Por
entonces se cruza en su vida Teresa de Jesús, la que fue denominada en
tono despectivo por el nuncio Felipe Sega «Fémina inquieta y andariega,
desobediente y contumaz, que a título de devoción inventa malas
doctrinas, andando fuera de clausura, contra la orden del Concilio
Tridentino y de los Prelados, enseñando como maestra contra lo que S.
Pablo enseñó mandando que las mujeres no enseñasen». La Santa tiene ya
52 años y se había trasladado a Medina del Campo para realizar su
primera fundación, después del convento de S. José de Ávila. El Santo
cuenta sólo con 25 años, y se ha desplazado desde Salamanca para cantar
su primera Misa. En el locutorio, le comentó a la Madre Fundadora su
deseo de irse a la Cartuja, buscando una entrega más generosa al Señor.
Ella le contestó: «¿Para qué quiere ir a buscar fuera lo que puede
encontrar en su propia Orden?». Y le invitó a unirse a su aventura
fundacional. A él le pareció bien, «con tal de que se hiciera presto».
Cambió su nombre por el de Fray Juan de la Cruz y se convirtió en el
primero de los frailes descalzos y en una de las personas con las que
más intimó Santa Teresa.
En el Carmelo Descalzo encontró respuesta a sus ansias
contemplativas y pudo conjugar la oración constante, el trabajo manual
en soledad, la vida fraterna en sencillez y la intensa actividad
apostólica en lo que hoy llamamos Pastoral de la Espiritualidad:
Predicación de la Palabra de Dios, formación de religiosos y religiosas,
dirección espiritual de clérigos y laicos, así como un fecundo
magisterio escrito por medio sentencias espirituales escritas en
billetes individuales, cartas y comentarios en prosa a sus poesías.
Recorrió todos los caminos de España y Portugal ejercitando su
ministerio, llevando la contemplación a la vida y la vida a la
contemplación.
Fue incomprendido, perseguido, encarcelado y maltratado. Sin
embargo, no encontramos en sus obras rastro de amargura ni de
resentimiento. Supo unirse íntimamente a Cristo y en él encontró todo lo
que podía desear. Más de 400 años después de su muerte, sigue siendo un
faro que ilumina nuestro caminar. Os propongo la lectura de un párrafo
de sus escritos: «No me quitarás, Dios mío, lo que una vez me diste en
tu amado Hijo Jesucristo, en quien me diste todo lo que quiero. Por eso
me gozaré de que no te tardarás si yo me espero. Míos son los cielos y
mía es la tierra; mías son las gentes, los justos son míos y míos los
pecadores; los ángeles son míos, y la Madre de Dios es mía y todas las
cosas son mías, y el mismo Dios es mío y para mí, porque Cristo es mío y
todo para mí. Pues, ¿Qué pides y buscas, alma mía? Tuyo es todo esto y
todo es para ti. No te pongas en menos ni te conformes con las migajas
que caen de la mesa de tu Padre. Sal fuera y gloríate de tu gloria,
escóndete en ella y goza, y alcanzarás las peticiones de tu corazón».
(Dichos de Luz y Amor, 26).
(P. Eduardo Sanz, ocd)
Vuestros amigos de la Tertulia Cofrade Cruz Arbórea os desean de corazón Feliz Navidad y próspero Año Nuevo. ¡¡¡ PAZ Y AMOR !!!
ResponderEliminarPues lo mismo desde este grupo de devotos del Carmen en Íllora, que paséis unos días de Navidad entrañables, y que el 2013 venga cargado de todo lo bueno que os merecéis. Un abrazo.
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