La Iglesia, cada día en la
Eucaristía, en la liturgia de las horas, en cualquier momento de oración,
siempre tiene presente el recuerdo y la súplica por aquellos que tocados por la
muerte, su destino es el encuentro con Dios.
Hermanos y hermanas nuestras,
conocidos o no conocidos, que nacen a una nueva vida, que son cada una de esas
moradas que hay en el cielo, en las que Dios habita ya plenamente, y el
encuentro con Él, es cara a cara, como esperaba Job en la primera lectura,
después de sus muchas penalidades.
Llevamos unos días, en los que
nos hemos preocupado por limpiar las tumbas, en las que reposan los restos de
nuestros seres queridos.
Hemos traído flores, o encendido
alguna luz, incluso puede que por unos momentos, hayamos orado por ellos.
Pero lo más importante de este
día, como lo más importante de cada entierro, de nuestra propia existencia, es
que si somos creyentes, si creemos que Jesucristo es el Señor de vivos y
muertos, el triunfo de la vida, lo tenemos que celebrar y vivir, en todo lo que
hacemos y vivimos. No estamos condenados a morir. Estamos destinados a vivir en
Dios.
Creemos en la vida, en la
resurrección, en el encuentro definitivo con Dios.
Hermanos, no morimos, nacemos a
una nueva vida, entre los dolores de la muerte, y la tristeza de la partida, al
igual que nuestro nacimiento estuvo marcado por el dolor del parto, y la
melancolía del vientre materno dónde tan protegidos estábamos.
Si la tristeza es lo único que
brota, al recordarlos a ellos, es que pensamos que aquí en la tumba, está el
final de todo.
A veces, cuando hemos asistido al
entierro de algún familiar que pertenece a las comunidades neocatecumenales,
nos llama la atención, los cantos, el gozo, la vivencia que tienen de la fe en
esos momentos.
Y es que hermanos hay que
repetirlo, no estamos condenados a morir…sino que estamos destinados al
encuentro con Dios.
Dios no te quiere hacer sufrir
cuando muere tu familiar…es que tu familiar caminaba a la vida, y el amor de
esta vida nueva, rompe las cadenas de la enfermedad, del dolor, de nuestro
propio cuerpo, para hacer que todo sea nuevo, pleno y distinto.
Es como cuando nos estamos preparando
por mucho tiempo para un acontecimiento feliz, y cuando ya llega, nos sentimos
totalmente transformados, todo tiene un nuevo sentido en esos momentos.
Nosotros somos ciudadanos del
cielo, no de un lugar concreto, sino de un encuentro pleno y total con Dios.
Aquí estamos todos de paso, la
vida aquí es una escuela, que nos enseña, la autenticidad, y lo que merece la
pena, pero siempre desde la meta, que es la unión con Dios.
Hoy es el día de la esperanza,
porque hoy, Él nos vuelve a decir: Yo soy el camino, la verdad y la vida.
No hay otro camino que lleve a la
plenitud, no hay otra verdad que se mantenga en el tiempo, no hay vida
comparable a la unión definitiva con Él.
Y hoy es un día de gozo interior,
no de tristeza. Porque nosotros aún estamos peregrinando, nosotros aún estamos
aprendiendo, nosotros aún seguimos con nuestras dificultades, nuestros enredos
y nuestras angustias…ellos han llegado a la meta, ellos nos contemplan ya desde
Dios, ellos están fuera de este mundo de cosas que nosotros hacemos tan
importantes, pero que en realidad no valen nada.
Ellos están ya en Dios.
Hoy es un día para renovar
nuestra fe en Jesucristo, único Señor.
Hoy es un día para hacer más
fuerte nuestra certeza de que todos resucitaremos como Cristo.
Hoy también es un día para no
olvidar, que ellos viven, y que la relación con nosotros no se ha roto. La
Iglesia nos dice que por la comunión de los Santos, mutuamente nos
ayudamos, los que peregrinamos aún por
esta vida, y los que ya están junto a Dios.
Por eso, la Eucaristía, que es la
máxima expresión del amor, de la vida, de la resurrección, es el centro de todo
nuestro recuerdo y oración por ellos, y es también la ventana que se abre en el
cielo, para que también ellos nos ayuden con su oración.
Que cada Eucaristía, sea un canto
a la vida, a la resurrección, a la fe en Jesucristo, nuestro único Señor.
El colorido de las flores, la
intensidad de velas y mariposas de aceite en estos días, expresan color,
luminosidad, amor, en definitiva, vida.
No nos dejemos abatir por la
tristeza, como quién no cree, y ve en las tumbas la condena del ser humano a la
muerte.
Vivamos con la esperanza y con el
gozo de saber, que el dolor de la partida, es el nacimiento a la nueva vida,
que todos compartiremos, y que un día nos permitirá reunirnos de nuevo, con
quiénes echándoles tanto de menos, viven junto a Dios, pendientes de nosotros
en todo momento.
Jesucristo es el camino, la
verdad y la vida.
No debemos temer.
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